jueves, 18 de julio de 2024
Una pelicula que te hace entender como piensa la gente
Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas
A grandes problemas, grandes soluciones
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Túpac Yupanqui /José Antonio del Busto Duthurburu
Túpac Yupanqui
José Antonio del Busto Duthurburu
VOLUMEN 11
EDITORIAL BRASA S.A.
COLECCION FORJADORES DEL PERU Volumen 11: Túpac Yupanqui
Director de la colección:
Dr. José Antonio del Busto Duthurburu
Carátula: Oscar López Aliaga
INTRODUCCION
Según el cronista Cristóbal de Molina, "cuando los españoles entraron en el Cuzco había indios que se acordaban de un Señor Inca que se llamaba Túpac Inca Yupanqui... Este Túpac Inca Yupanqui conquistó por su persona... la mayor parte de estos reinos, y fue muy valeroso". Lo que el cronista apunta es el esbozo biográfico de un Emperador a quien, seguidamente, vamos a conocer. Su vida es la del conquistador por excelencia.
Este Inca, partiendo siempre del Cusco, conquistó por el Norte hasta Quito y por el Sur hasta el río Maulé, por el Este hasta el Beni y por el Oeste hasta el mar. Fue navegante marino en el océano Pacífico, navegante fluvial en el Amaru Mayo y navegante lacustre en el sagrado Titicaca. Acaudilló duras marchas, cruzando altas cordilleras y venciendo punas heladas, atravesando secadales y desiertos, también comandó expediciones que penetraron la selva tropical. Buscó el nacimiento del Sol por levante y su ocaso por poniente; insatisfecho con el mundo de los hiperbóreos andinos, marchó al austro en demanda del fin de la tierra.
Esto lo convirtió en el primer buscador de la Antártida, así como un viaje anterior pareciera señalarlo el descubridor de Oceanía. Conquistador y "amigo de saver cossas nuebas", su objetivo fue engrandecer el Tahuantinsuyo y llegar al final terrestre, a la morada del dios Huiracocha. Su figura no tiene rival en el continente. Toda comparación es desgraciada, pero se puede intuir que fue conquistador de naciones como Alejandro, vencedor de montes como Aníbal, civilizador de pueblos como César y acaso descubridor de mundos como Colón.
Por eso fray Antonio de la Calancha, el cronista agustino, llegará a escribir: "Este fue el Inga más sabio, afable y concertado que tuvo esta monarquía; i conquistó desde Lunaguaná asta Quito, i desde Arica hasta Chile, i fue Señor de todos los Reynos del Perú... E izo aquel camino entre tapias de casi mil leguas, que Rey umano no llegó a pensar, ni Alejandro, Darío ni Ciro se atrevieron a emprender".
Así presentamos a Túpac Yupanqui, el Resplandeciente, el mayor genio guerrero que haya producido la raza cobriza en América.
LOS INCAS
El Tahuantinsuyo ha sido el único Imperio de la Historia surgido al sur de la línea ecuatorial. Sin embargo, el Tahuantinsuyo sólo alcanzó su calidad de Imperio al final de su existencia. Primero fue curacazgo, luego reino, finalmente Imperio. Por eso su historia se divide en tres períodos: Legendario o Curacal, Protohistórico o Monárquico e Histórico o Imperial. A lo largo de ellos los Incas fueron Curacas, Reyes y Emperadores.
El período Curacal nos habla de un pequeño y agresivo curacazgo. Los dos primeros Incas, Manco Cápac y Sinchi Roca, fueron simples caudillos militares o Sinchis que también usaron el título de Cápac siendo en realidad meros Curacas o caciques. Lo evidente fue que tales jefes invadieron el valle del Cusco y, por medio de las armas, lo ganaron a sus primitivos poseedores. Es tiempo legendario mas no mítico. La gran afluencia de datos convergentes, la fuerte tradición indígena y el que nadie haya podido probar la falsedad de Manco Cápac y Sinchi Roca, involucra a ambos
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JOSE ANTONIO DEL BUSTO DUTHURBURU
personajes en el terreno de la leyenda, no del mito. Además, Sinchi Roca dejó mallqui o momia, la cual fue hallada por los españoles a mediados del siglo XVI.
El período Monárquico nos habla de unos Curacas que poco a poco ascendieron a Reyes, trocando su modesto señorío en un reino floreciente en base a confederaciones. Fue un reino fluctuante en sus fronteras, por salir de él expediciones militares que no necesariamente fueron de conquista o expansión. Los Sinchis o Curacas que van cobrando gradualmente mayor importancia hasta convertirse en monarcas, serían Lloque Yupanqui, Maita Cápac, Cápac Yupanqui, Inca Roca, Yahuar Huacac y Huiracocha. La monarquía se torna un hecho protohistórico. Los Reyes quechuas, aparte de terminar de conquistar el valle del Cusco, invaden otros valles, venciendo a los curacas que los gobernaban e imponiéndoles tributos. Estas guerras que persiguen en principio la venganza y el botín, distan mucho de ofrecer verdaderos ejércitos de ocupación. Salen del Cusco, triunfan y regresan a la capital sagrada a esperar la tributación impuesta; si esto último no ocurre, las tropas vuelven a salir a cobrarse por sí mismas la deuda impaga. A los tratados de paz siguen las alianzas de familia, porque los Reyes quechuas -que ya se conocen fuera del Cusco como Incas- reciben por esposas a las hijas de los curacas vencidos, quienes resultan, por este parentesco, fieles aliados. En síntesis, se establecen las confederaciones en toda la comarca del Cusco, y el soberano quechua termina por convertirse en el centro de la Confederación Cusqueña.
El período Imperial, también llamado de la Expansión y el Apogeo, se cumple ya en tiempos históricos: el reino abandona su calidad de tal para trocarse en poderoso Imperio; los monarcas quechuas siguen llamándose Incas pero ahora son Emperadores. Estos Incas Emperadores -es
decir, Reyes de Reyes- son: Pachacútec, Túpac Yupanqui y Huaina Cápac, figuras fulgurantes a las que se añaden las deslucidas de Huáscar y Atahualpa. Los Incas de este período no se contentan con vencer curacas y ganar sus valles; sino que -a raíz de la invasión de los Chancas, nación que derrotan por primera vez con Pachacútec-, se sienten poderosos, luchan contra otros reyes, invaden sus reinos y los convierten en sus vasallos. El Chimo Cápac de la costa norteña, el Chuchi Cápac del Collao, el Cuis Manco Cápac de Cajamarca, todos terminan humillándose al Emperador del Cusco en calidad de reyes vasalláticos y sus reinos pasan a engrosar el Tahuantinsuyo.
La figura central de todo este proceso es el Inca.
Garcilaso afirma que el título de Inca se traduce "señor o rey o emperador" (lo que estaría de acuerdo con la cronología y con lo que vimos del gobernante quechua como curaca, monarca y rey de reyes); no obstante, etimológicamente «aquel tratamiento provenía del título de Intip Churin, que significa Hijo del Sol. Huamán Poma añade que al Inca lo nombraban sus vasallos Intip Churin Quillap Huahua, esto es, Hijo del Sol e Hijo de la Luna.
Como Hijo del Sol el Inca era un hombre-dios nacido para gobernar al pueblo quechua, guiarlo a través de la historia y alcanzarle el sitial que le correspondía como pueblo escogido del Sol. El Inca, pues, en su calidad semi-divina era el centro un gobierno teocrático y despótico que, entre otras metas, perseguía el bien de su pueblo. Su divino antepasado y padre, el Sol, lo había hecho Señor de la Tierra y Ordenador del Mundo. Por estos privilegios tenía la obligación ineludible y a largo plazo de posesionarse de los cuatro Suyos y quechuizar a sus habitantes. En esto fundamentaba sus guerras de conquista y se afirmaba su imperial ambición.
Otros títulos del soberano andino eran el de Sapa Inca, equivalente a Solo Señor; el de Cápac Inca, que se traducía Grande, Rico en Virtudes y en Armas de Guerra; y el de Huacchacuya, que significaba Bienhechor de Pobres (los súbditos incapaces) y, por extensión, de extranjeros (alusión al mucho bien que transmitía quechuizando a los pueblos conquistados). El saludo que se hacía multitudinariamente al monarca era Cápac Apo Inca, que quería decir Gran Señor Hijo del Sol.
Cuenta el cronista Murúa -tratando de darnos una imagen física- que solía ser el Inca de mediana estatura y algo moreno, usaba el cabello muy corto y tenía las orejas deformadas por gruesos pendientes. "El bestido que ordinariamente usaba era una camiseta de cumbi labrada, la qual era obra de las ñustas, que lo hilaban subtilisimamente para tejer los bestidos del Ynga, y esculpían en ellas marabillosas labores de tocapo, que ellos dizen que significa dibersidad de labores, con mil matises de subtil manera, al modo de los almaisales moriscos, de primor exselente, unas beses de color morado, otras berde, otras asul, otras carmesí finísimo. La manta que ellos llaman yacolla era del mismo cumpi, aunque no llebaua labores, ni en ellas las usaban". Ambas prendas las llevaba frecuentemente hechas de blanca lana de vicuña; en otras ocasiones su atuendo era negro y reluciente por estar confeccionado con pieles de murciélago. "El calsado eran unas ojotas que cubrían las plantas de los pies, y se enlasaban en medio del pie con sus asideros por el carcañal; y adonde se trababan las lasadas ponían unas cabesas de leones o tigres o de otros animales, hechos de oro y de plumería y piedras ricas de esmeraldas y otras que en este Reino abía
Como insignias inherentes a su máximo rango usaba el Llauto, las plumas del ave coraquenque, la Mascapaicha, el Topayauri y el Chambi. El Llauto era una gruesa cinta de lana multicolor que le daba varias vueltas a la cabeza y que
servía para sujetarle los cabellos; su ancho era de dos dedos, estando adornada con chaquira, dijes y piedras preciosas.
Las plumas del ave coraquenque eran dos y se insertaban en el Llauto, proyectándose hacia arriba en forma de penachos divergentes; no existe unanimidad en cuanto a la coloración del misterioso pájaro del Antisuyo, animal exótico que sólo aparecía a la muerte de cada Inca para brindar sus plumas al sucesor; se cree fue un colibrí dorado, también un picaflor de múltiples colores. La Mascapaicha, llamada "borla encamada" por los cronistas, era una flecadura de lana roja y que, estando adherida al Llauto, le caía al Inca sobre la frente, hasta más abajo de las cejas, por lo que casi solía obstruir la libre visión del soberano; tenía la mitad superior metida en unos canutillos de oro, y la parte que caía no era hilada sino retorcida. Murúa dice que era de lana carmesí finísima, con algunos hilos de oro, y que equivalía a una corona, por lo que ceñirse la Mascapaicha era igual que coronarse. Garcilaso nos dirá simplemente de ella: "era luna borla colorada a manera de rapacejo, que se tendía por la frente de una sien a otra". Cerraban el número de las insignias reales el Topayauri, que era un cetro de oro, y el Champi, arma de guerra que constaba de un asta terminada en un hacha o porra también de oro. Llauto, plumas y Mascapaicha llevaba en la cabeza el Inca en tiempo de paz, porque cuando marchaba a la guerra, prescindía en tan simbólicas prendas para encasquetarse "unas zeladas fortísimas, que bastaban a defender cualquier golpe de espada y macana".
Las ropas (que sólo admitían uña puesta) y las insignias (que usaba cada día) estaban a cargo de un mayordomo o guardarropa con mando y autoridad sobre veinticinco pajes de doce a quince años de edad -hijos de curacas y señores principales- cuya única función era tener aprestados los ropajes que debía vestir el Inca. Pedro Pizarro cuenta que estando Atahualpa cenando en la prisión, se salpicó con una
gota de comida, la que le manchó ínfimamente el atuendo; ello bastó para que todos se escandalizasen y el Inca saliera de la habitación para tornar luego a ella con nuevo vestido.
Se sabe que cuando el Inca salía de su palacio lo hacía en unas andas de oro macizo con varales también de oro que sostenían un dosel para defenderlo del sol; este dosel estaba orlado con plumas de papagayos y guacamayos. Portaban la imperial litera -por privilegio especialísimo- los indios lucanas, llamados por ello "pies del Inca”. Sabían conducirlo de tal arte que avanzaban por los caminos sin ocasionar el menor vaivén al palanquín del regio viajero. Eran mandados con señas por unos indios capataces, quienes no eran más de cuatro, y dependían todos de un jefe de capataces; éste, en el caso de Atahualpa, fue de los primeros en morir el día que se aprisionó al Inca en Cajamarca. Precedía a la litera el Ulancha o pendón real de diez o doce palmos de ruedo, hecho de algodón o lana y puesto en el remate de un asta; no ondeaba en el aire por ser rígido y tendido como bandera medieval; en este estandarte campeaban las armas y divisas de cada Inca. Junto al pendón real marchaba el Sunturpancar, que era "uno como penacho puesto en palo largo echo a manera de mitra, salbo que era redondo; esta (insignia) era hecha de mucho número de plumas coloradas, berdes, amarillas, asules, encarnadas y de todas quantas flores se allaban"; su nombre simbólico era Serpiente Emplumada. Detrás de la litera imperial un paje portaba el arco del Inca, y otro las flechas; luego seguían todos los integrantes de la fastuosa comitiva.
Cuando el monarca viajaba en su litera a visitar una provincia, se hacía preceder por escuadrones de tropa. Eran cuerpos muy compactos y marchaban con gallarda lentitud.
Estaban integrados por soldados ricamente uniformados, con grandes patenas de metales preciosos en el pecho y
unos tocados de oro y plata que a manera de diademas traían en las cabezas. El cuadro resultaba impresionante ya que "ningún hombre estaba sin una patena en la frente muy acicalada..., las cuales daban tan gran resplandor, que ponía espanto y temor al verlo". Otra crónica confirma esto cuando insiste: "era tanta la patenería que traían de oro y plata, que era cosa estraña lo que relucía con el sol". Tal séquito lo completaban los barredores del camino, sahumadores que aromatizaban el ambiente, músicos que hilvanaban melodías, y bailarines llenos de mímica y agilidad con sus tobillos repletos de cascabeles de palo. A continuación, siempre sentado en su litera de oro macizo, viajaba el Inca Señor de las Cuatro Partes del Mundo. Durante su recorrido, si quería premiar a una provincia, descorría los cortinajes cuando la cruzaba, mostrándose a la multitud que lo aclamaba en los caminos; si, por el contrario, quería castigarla, corría las cortinas y no se dejaba ver. Las gentes que lo veían pasar -premiadas o castigadas- se ponían en cuclillas y recitaban unas plegarias que recordaban el crocitar de las palomas, se arrancaban cejas y pestañas y las soplaban hacia el Hijo del Sol. Así era el viajar del soberano quechua, emperador magnífico y formidable que en su condición semidivina aparecía, a los ojos de su pueblo, como un dios sin eternidad.
La mansión del monarca en el Cusco fue siempre palaciega. Es verdad que los primeros Incas, por vivir en el Inticancha, no nos han legado un gran palacio; no obstante, los postreros emperadores los supieron construir con creces. Cada uno de éstos edificó un gran palacio de piedra labrada, obra magnífica de la arquitectura imperial. Las mansiones carecían de muebles (pues los indios casi no los usaron); en cambio, abundaban los pisos cubiertos por finas esterillas, los techos forrados con cromáticas plumas de pájaros selvícolas y las paredes revestidas con paramentos,
también de multicolor plumería. En su palacio solía el Inca atender los asuntos de Estado, siempre guardando un protocolo esmeradísimo: no miraba de frente sino para premiar o castigar; los funcionarios que lo visitaban lo hacían descalzos y con grandes pesos en la espalda en señal de sumisión; sentado en su banquillo o duho de madera colorada que cubría una manta muy fina, hacía que los visitantes se mantuvieran a distancia y le informaran siempre de pie; y mientras hablaban, el Inca miraba el suelo para no posar sus ojos en los que había acudido a verle.
Así como el Inca mudaba a diario cuatro vestidos y ninguno se ponía dos veces, ocurría lo mismo con los finos platos y vasos de cerámica, que nunca volvía a utilizar. Sucedía que tanto ropajes como vasijas eran guardados en depósitos especiales, para ser entregados al fuego y quebrados y destruidos para siempre. Igual suerte corrían los restos de las viandas.
Detengámonos en las comidas del soberano; eran tres: una en la mañana, otra en la tarde y la última en la noche. Cincuenta pajes con un maestresala atendían al regio comensal, añadía a tales criados el Ancosanaymaci o copero, que escanciaba el licor de maíz en el vaso del monarca, y un médico de confianza que nombraban Villcacama. La tarea comenzaba cuando a una orden del maestresala -que también oficiaba de mayordomo real con el título de Huasi Camayoc- marchaban los pajes a la cocina, donde después de probar el maestresala el contenido de cada vasija, mandaba a servir la comida. Los pajes recibían en un plato o vaso la porción que correspondía, y a otra orden de su jefe emprendían el camino del comedor donde ya esperaba el Inca, Este, sentado en su banquillo de madera, tenía tendida delante de sí, en el suelo, una manta y sobre ella los pocos útiles para el banquete: cucharas de madera y pañizuelos
de manos. Sobre esta manta depositaban los pajes las viandas, exponiéndolas a la vista del soberano; quien, luego de mirar su conjunto, señalaba las que apetecía. Al momento, los pajes que habían portado las vasijas designadas las volvían a tomar y poniéndose de rodillas con ellas en las manos, las ofrecían al Inca. Para las grandes solemnidades utilizaba el Inca "una riquísima bajilla de oro y plata... y cada ynga las hacía para sí dibersas, y destas solo se serbian en alguna fiesta señalada, por majestad y obstentación y, en sirbiéndose de ellas, hacían otras de nuebo, mejorando las piesas y las labores de ellas, porque tenian por bajesa y miseria serbirse dos beses de una cosas y beuer dos beses de un baso".
So cuenta que los servidores del Inca sumaban ocho mil. A pesar de ello, los encargados de atenderlo en sus habitaciones eran sólo cincuenta. Los criados más allegados al monarca eran un par de mujeres, quienes siempre se ponían a su lado; una recogía los cabellos que se desprendían de su cabellera y se los comía, para evitar que sus enemigos los recogieran y le pudieran hacer brujería; la otra recibía en sus manos los esputos y, los hacía desaparecer de igual modo. Un tercer servidor, el inmediato en proximidad, era el que portaba el quitasol de plumas que se nombraba Achihua. Todos los servidores estaban atentos a una seña de su señor -puesto que el Inca no se dignaba dirigirles la palabra- para obedecerle en el acto. Cantores, bailarines y tañedores de instrumentos distraían al soberano en los momentos dedicados a la recreación. Los bufones enanos y jorobados enriquecían el cuadro.
El matrimonio del Inca se efectuaba el día de su coronación (aunque en otras ocasiones casó siendo príncipe heredero); se realizaba tal boda preferentemente con su hermana paterna de acuerdo a una vieja costumbre basada en el incesto del Sol y la Luna. La esposa y hermana destinada
a ser reina tomaba el título de Coya. Sin embargo, la poligamia imperial facultaba al Inca a desposar otras mujeres, generalmente hijas de curacas aledaños o de reyes vasallos, pactándose estos matrimonios con carácter de alianza familiar, politica y militar. Estas esposas secundarias se nombraban Pihui, diferenciándose así de las numerosas Shipa Coya o concubinas reales.
Cuando el Inca enfermaba, la nueva no trascendía al vasto Imperio, mayor era el secreto si agravaba su mal; finalmente, si moría, también se guardaba celosamente la noticia de su deceso hasta que estuviera elegido el sucesor. Entonces el príncipe heredero se envolvía la cabeza en el gran manto o yacolla y lloraba a su padre fallecido. El difunto rey era embalsamado y revestido con lo mejor de su atuendo. Al fin, tomadas todas las precauciones que la política aconsejaba, se anunciaba su fallecimiento al pueblo, que prorrumpía en grandes alaridos de dolor. El mallqui o momia del monarca recibía entonces las máximas manifestaciones de aprecio, estando el cadáver sentado sobre su banquillo de madera colorada y junto a él su ídolo favorito o huauqui. Las esposas, hijas y parientas del difunto salían en largas procesiones portando tinyas o pequeños tamborcillos y simulaban que iban a buscar el alma del muerto. Volvían desconsoladas y muchas de las esposas se suicidaban; otras se ofrecían para ser enterradas vivas y poder de esta manera acompañar al otro mundo a su señor. Los servidores más allegados se prestaban a lo mismo, mientras el ya designado jefe de la Panaca del Inca finado se hacía cargo del palacio de éste y de todos sus bienes, constituyendo así un patrimonio indivisible para toda la cofradía gentilicia. Luego de las imperiales exequias, el mallqui era conducido a este palacio que habitó en vida, donde seguía rodeado de sus parientes y criados. Para ellos el Inca no había muerto, solamente dormía.
EL HATUN AUQUI
Túpac Yupanqui, el hijo del Emperador Pachacútec y de la Coya Mama Anahuarque, nació en el Cusco durante la primera parte de la guerra contra los collas. Por ello fue que, terminada la campaña inicial, volvió Pachacútec al Cusco e hizo grandes fiestas por la victoria lograda. "Y porque halló que le había venido un hijo", lo llevó ante la imagen del Sol,
se lo ofreció ceremonialmente, "y le puso por nombre Topa Inga Yupanqui."
No cesaron aquí los festejos, sino que Pachacútec ofreció al Inti, su divino antepasado, "muchos tesoros de plata y oro", e hizo otras ofrendas a los demás dioses y a las huacas, incluyendo el sacrificio de la Cápac Cocha.
Prosigue la crónica, que Pachacútec hizo luego "las más solemnes fiestas y costosas que jamás se habían hecho por toda la Urna". El motivo era secreto: "quería que este Topa Inga le subcediese".
Aunque no hay ninguna certeza para asegurarlo, puede colegirse que Túpac Yupanqui nació alrededor del año 1440 de la era cristiana.
Detengámonos en su nombre completo: Túpac se traduce "el que resplandece"; Yupanqui fue su apellido imperial, significa "contarás", equivale a memorable, con historia propia; y el título de Inca manifestaba su linaje, el de los Hijos del Sol. Esto es todo lo que se sabe del nacimiento de Túpac Yupanqui Inca, el Resplandeciente.
Si se observan bien las crónicas, todas o casi todas callan lo relativo a la infancia y juventud de Túpac Inca. Sin embargo, el enigma se resuelve cuando nos enteramos de
que pasó quince o dieciséis años en la Casa del Sol, "sin que nadie le viese sino raras veces y por gran merced". Aun así, no debió ser ajeno a los ejercicios de los adolescentes.
Lo cierto es que Pachacútec sintiéndose cada vez más viejo, determinó nombrar a su sucesor, para lo cual congregó a todos sus hijos y deudos, también a los nobles Hanan Cusco y Hurin Cusco y, reunidos todos, les dijo: "¡Amigos y parientes míos! Ya, como veis, soy muy viejo, y quiero dejaros quien después de mis días os gobierne y defienda de vuestros enemigos. Y dado que algunos (años) ha que nombré por mi sucesor a mi hijo Amaro Topa Inga, no me parece que es el que cumple para gobernar tan grande señorío como el que yo he ganado. Y por eso os quiero nombrar otro, con quien tengais más contento".
Los allí presentes le agradecieron su preocupación, tomando la confidencia como especial privilegio. El Inca, tras esta pausa, volvió a tomar la palabra y entonces fue que dijo "que nombraba por Inga y sucesor suyo a su hijo Topa Inga
Acto seguido hizo sacar a su hijo de su reclusión "y lo mostró y mandó luego que pusiesen una borla de oro en la mano a la estatua del Sol y su cubertura de cabeza... Y después que Topa Inga hizo su reverencia y acatamiento a su padre, levantóse el Inca y los demás y fueron delante de la estatua del Sol, a donde hicieron sus sacrificios y ofrendaron Capa(c) Cochas al Sol".
Luego el príncipe heredero -Hatun Auqui fue su título a partir de entonces- fue presentado al Astro Rey para que éste lo protegiese y engrandeciera; se trocó así el muchacho en Hijo del Sol y Padre del Pueblo.
"Y esto dicho, los más ancianos y principales orejones llegaron al Topa Inga al Sol y los sacerdotes y mayordomos tomaron de las
manos del Sol la borla que ellos llaman mascapaicha, y la pusieron a Topa Inga Yupangui sobre la cabeza". La crónica dice que de este modo el Hatun Auqui "fue nombrado Inga Cápac", mas no reconocido Sapa Inca.
El ungido se puso entonces de pie delante de la imagen solar, sentándose en una tiana de oro guarnecida con esmeraldas y otras piedras preciosas. Allí le vistieron el Cápac Uncu o túnica real y le entregaron el Suntur Páucar o Sierpe Emplumada. También las demás insignias reales. Luego los sacerdotes le alzaron sobre los hombros y en solemne procesión lo pasearon por el interior del templo.
Porque se le ciñó solamente la mascapaicha amarilla- "una borla de oro"- esta ceremonia no fue la equivalente a la coronación, porque entonces habría ceñido la mascapaicha de color rojo encarnado. Fue sólo su designación como Hatun Auqui co-reinante al lado de su padre.
La ceremonia fue fastuosa pero, por motivos de política interna, también secreta, pues Pachacútec "mandó que no se publicase lo que allí se había hecho hasta quél lo mandase".
EL APUQUISPAY
Así las cosas, llegó el momento del Huarachico o rito de iniciación viril para los jóvenes de la nobleza que aspiraban a guerreros. Era lo que el cronista español llama armarse caballero o recibir la orden de caballería, empleando lenguaje medieval. Pachacútec lo dispuso todo y para ello hizo alrededor del Cusco cuatro edificios advocados al Sol, "para que su hijo anduviese las estaciones cuando le armasen caballero".
"Y estando el negocio en este estado -narrará Sarmiento-vino, a Pachacútec Inga Yupangui, Amaro Topa Inga, a quien el padre Pachacuti años atrás había nombrado por sucesor, porque era mayor quel ligítimo, y le dijo: '¡Padre Inga! Yo he sabido que en la Casa del Sol tenéis un hijo a quien habéis nombrado por sucesor vuestro después de vuestros días; mandádmelo mostrar'. Inga Yupangui, pareciéndole desenvoltura de Amaro Topa Inga, le dijo: 'Es verdad, y vos y vuestra mujer quiero que séais sus vasallos y le sirváis y obedezcáis por vuestro Señor e Inga'. Amaro le respondió que así lo quería hacer y que para eso le quería ver y hacerle sacrificio, y que le mandase llevar adonde él estaba. El Inga Yupangui le dió licencia para ello, y Amaro Topa Inga tomó lo necesario para aquel acto, y fue llevado donde Topa Inga estaba en sus ayunos. Y como Amaro Topa Inga le viese con tancta majestad de aparato y de riquezas y señores que lo acompañaban, cayó sobre su faz en tierra y adorole, y hízole sacrificios y obedecióle. Y sabiendo Topa Inga que era su hermano, lo levantó y se dieron paz en la faz".
“Y luego Inga Yupangui mandó aderezar lo necesario para dar a su hijo la orden de caballería. Y puesto a punto todo, Pachacuti Inga, con los demás sus principales deudos y criados, fue a la casa del Sol, de donde sacaron a Topa Inga con grande solemnidad y aparato, porque sacaron juntamente todos los ídolos del Sol, Viracocha y las demás guacas y figuras de los Incas pasados y la gran maroma moro urco. Y puesto todo por orden con nunca vista pompa, fueron todos a la plaza del pueblo, en medio de la cual hicieron una muy grande hoguera. Y muertos muchos animales por todos sus deudos y amigos, le hicieron sacrificio dellos echándolos en el fuego. Y tras esto le adoraron todos y le ofrecieron presentes y ricos dones, y el que primero le ofreció don fue su padre, para que a su ejemplo e imitación los demás le adorasen, viendo que su padre le hacía reverencia. Y así, lo hicieron los orejones ingas y todos lo de los demás que allí se hallaron, que para aquello habían sido llamados y apercibidos, para que trajesen sus dones para ofrecer al nuevo Inga".
"Lo cual así hecho, se comenzó la fiesta que llaman Cápac Raimi, que es fiesta de reyes y por esto la más solemne que entrellos se hacía. Y hecha la fiesta y ceremonias della, horadaron las orejas a Topa Inga Yupangui, ques la orden de caballería y nobleza entrellos, y trajéronle por las estaciones de las casas del Sol, dándole las armas y demás insignias de guerra. Y esto acabado, su padre Inga Yupangui le dió por mujer a su hermana nombrada Mama Ocllo, que fue mujer muy hermosa y de gran seso y gobierno
Luego de esto, se dice que Túpac Yupanqui hizo sus primeras armas al lado de su tío el general Cápac Yupanqui, hermano de su padre, cuando marcharon al castigo de los huancas y huaylas. Se afirma que con ellos fue Huaina Yupanqui, otro hermano de Pachacútec, y un hijo de aquél, Apu Yamque Yupanqui.
Distintos testimonios disienten al respecto. Cieza, por ejemplo, confunde a Apu Yamque Yupanqui con su tío Cápac Yupanqui y lo nombra Lloque Yupanqui. Betanzos, a su vez acota que con Yamque Yupanqui fue su hermano menor Túpac Yupanqui. Y Cieza, por último, insiste en que con el general Lloque Yupanqui fue Túpac Yupanqui, el príncipe heredero, quien además asistió a toda la campaña.
Sabemos que Pachacútec era de opinión "que sus hijos desde niños fuesen impuestos en las cosas de la guerra", pero la verdad es que el joven príncipe no fue "discípulo" y "soldado" del general Cápac Yupanqui. Sólo a raíz de la ejecución de éste fue que marchó con Yamque Yupanqui, el viejo, hijo mayor de Pachacútec, a la reconquista de Cajamarca.
Se concluye, pues, que el príncipe concurrió a esta campaña precursora como aprendiz de Apuquispay (gene-
ral en jefe) y no como milite nombrado, y que ocurrió esto, con seguridad, antes de 1460.
En todos los episodios guerreros, encontramos un aspecto recurrente: como las conquistas de Pachacútec "eran con tanta violencia y crueldades y fuerzas y robos, y la gente que le seguía por las ganancias... era mucha, obedecíanle (los pueblos conquistados) cuanto en tanto que sentían la fuerza sobre sí, y, en viéndose algo libres de aquel temor, luego se rebelaban y procuraban su libertad. Por lo cual el Inga por momentos era forzado a conquistallos de nuevo". Así fue la gran fuerza y la gran debilidad del Imperio.
Esto nos pone en capacidad de entender las expediciones de castigo y pacificación. Precisamente para reducir vasallos alzados, a continuación, marchó el príncipe Túpac Yupanqui. Salió del Cusco investido Apuquispay, esto es, general en jefe de los ejércitos imperiales destinados a recuperar el insumiso Chinchaysuyo.
Fue con él, en calidad de maestro de guerra, su hermano mayor Yamque Yupanqui.
LA PRIMERA CAMPAÑA DEL CHINCHAYSUYO
La primera campaña del Chinchaysuyo la tuvo a su cargo Túpac Yupanqui, secundado por sus generales Yamque Yupanqui y Tilca Yupanqui, sus hermanos paternos. El objetivo era conquistar el País de los Chachapoyas y rendir a su monarca Chuquisocta.
La expedición salió del Cusco y se fue enriqueciendo en el camino con los soldados, armas y bastimentos que se le sumaron. Se reunió así una multitud entre guerreros y car-
gueros, "sin que nada faltase", tal fue la perfección logística del avance. Este progresar se hizo con mucho orden, pues "ninguno de los suyos era osado en coger tan solamente una mazorca de maíz del campo y si la cogía no le costaba menos que la vida". Los naturales de caa región, por sus turnos, trasnportaban las cargas, "que no las lle vaban más de hasta el lugar limitado; y como lo hacían con voluntad y les guardaban tanta verdad y justicia no sentían el trabajo".
Túpac Yupanqui llevó así a sus tropas hasta el Apurímac, cruzó el gigantesco río a la altura de Curahuasi y pasó luego a cercar, atacar y rendir las fortalezas de Tohara, Cayara y Curamba, defendidas por pueblos alzados. En los angaraes tomó las fortalezas de Urcocoya y Huaylla Pucara, prendió al Sinchi Chuqui Huamán y posiblemente lo mató.
Seguidamente pasó a Vilcas, hoy Vilcashuamán, "adonde estuvo algunos días holgándose de ver el templo y aposentos que allí se habían hecho y mandó que siempre estuviesen plateros labrando vasos y otras piezas y joyas para el templo y para su casa real de Vilcas". Esta casa Real es el Palacio del Inca, que todavía existe.
Por la cuesta de Parcos pasó a Jauja. Sobre lo que allí aconteció hay dos versiones: una dice que "Los Guancas le hicieron solene recibimiento, y (el Inca) envió por todas partes mensajeros haciéndoles saber cómo él quería gbanar la amistad de todos ellos, sin les hacer enojo ni arles guerra"; pero la otra habla, por el contrario, de guerra, mucha guerra, y que ésta sólo terminó con la toma de Siquilla Pucara, la capital huanca también llamada Tunanmarca.
Sojuzagados que fueron los huancas por las buenas o por las malas, Túpac Yupanqui formó con ellos confederación o alianza, y partió luego con dirección al Norte. No está
clara la ruta que siguió a partir de la laguna de Chinchaycocha, aunque antes hubo algunas luchas y pendencias con las tarmas. Parece que primero castigó a varios pueblos y fundó la ciudad de Huánuco; pero que después se desvió al Callejón de Huaylas, ganando allí las fortalezas de Chugomarca y Pillihuamarca.
Por Corongo y Huamachuco debió de entrar a Cajamarca, rendir al Cuis Manco rebelde -que las crónicas llaman Guzmango Cápac- y ganarle su reino. A partir de ello se lanzó contra Chachapoyas, Moyobamba y Huacrachuco.
Los chachapoyas dieron fiera guerra y los ejércitos estuvieron a punto de fracasar; pero pronto cambió la situación:
se les tomó la fortaleza de Piajapalca -¿Pajatén?, ¿Cuélap?-y aprisiono al soberbio Chuquisocta. Cieza nos dirá de los chachapoyas rendidos: "son estos indios naturales de Chachapoyas los más blancos y agraciados de todos y sus mujeres... en extremos hermosas".
A este tiempo "iba Topa Inga Yupangui con tanta majestad y pompa que por donde pasaba nadie le osaba mirar a la cara: en tanta veneración se hacía tener. Y la gente se apartaba de los caminos por donde había de pasar, y, subiéndose a los cerros, desde allí le mochaban y adoraban. Y se arrancaban las pestañas y cejas y soplándolas se las ofrecían al Inga. Y oíros le ofrecían puñados de una hierba muy preciada entrellos llamada coca. Y cuando llegaba a los pueblos vestíase del traje y tocado de aquella nación, porque todas eran diferentes en vestido y tocado, y agora lo son. Ca (Pacha-cútec) Inga Yupangui, para conocer las naciones que había conquistado, mandó que cada uno tuviese su vestido y tocado... Y sentándose Topa Inga, le hacían un solemnísimo sacrificio de animales y aves, quemándoselas delante en una hoguera que en su presencia hacían; y así se hacía adorar como el Sol, a quien ellos tenían por dios".
De retorno a Cajamarca, subió por Chota, Cutervo y Huambos hasta los Pacamurus o Bracamoros; luego cayó sobre Huancabamba, Cajas y Ayabaca. Más tarde cruzó el río Catamayo y la cordillera de Chilla y entró al País de los Paltas, venciéndolos en Saraguro. Explica el cronista: "tuvo gran trabajo en sojuzgar aquellas naciones, porque son belicosas y robustas, y tuvo guerra con ellos más de cinco lunas; mas al fin ellos pidieron la paz y se les dio con las condiciones que a los demás, y la paz se asentaba hoy y mañana estaba la provincia llena de mitimaes y con gobernadores, sin quitar el señorío a los naturales; y se hacían depósitos y ponían en ellos mantenimientos y... se hacía el real camino con las postas que había de haber en todo él".
Como último objetivo se fijó el País de los Cañaris. Salieron a defenderlo en Tumebamba tres reyes nombrados Cañar Cápac, Pisar Cápac y Chica Cápac; pero el ejército real se encargó de aniquilarlos, y los aprehendió. Para asegurar la ocupación de la comarca, Túpac Yupanqui levantó la fortaleza de Quinchicaja y otras menores en Azuay y Pomallacta.
Y concluye Sarmiento de Gamboa: "habidos muchos tesoros y prisioneros, tornose con todo ello al Cuzco Topa Inga Yupangui, adonde fue bien recibido de su padre con su costosísimo triunfo y aplauso de todos los orejones cuzcos; y hicieron muchas fiestas y sacrificios, y por regocijar el pueblo mandó hacer las danzas y fiestas llamadas indi raimi (Inti Raymi), que son las fiestas del Sol, cosa de mucho regocijo. E hizo muchas mercedes por causa y amor de Topa Inga, porque le tomasen afición los súbditos, que era lo quél pretendía, porque, como era ya muy viejo, que ya no
podía menear y se sentía cercano a la muerte, procuraba dejar a su hijo bienquisto de la gente de guerra".
LA SEGUNDA CAMPAÑA DEL CHINCHAYSUYO
La segunda campaña del Chinchaysuyo estuvo encaminada a la conquista de Quito.
Comandando a su ejército salió Túpac Yupanqui nuevamente del Cusco. Llevaba por generales, como la vez anterior, a sus deudos Tilca Yupanqui y Amqui Yupanqui.
En el camino, por medio de incursiones de castigo, devolvió al vasallaje a varias naciones rebeldes. Pacificada la comarca, dejaba un gobernador y muchos mitimaes para que lo secundaran; luego proseguía su marcha.
De esta manera, entrando por Cajamarca, llegó al también sublevado País de los Cañaris. Aquí le salieron al encuentro el alzado Pisar Cápac, rey de los lugareños, y Pillcahuaso, rey de los Quilacos. Ambos habían juntado sus ejércitos "y estaban determinados de pelear con Topa Inga por defender su tierra y vidas ".
Túpac Yupanqui les envió mensajeros invitando a los dos monarcas a rendirse, pero "ellos respondieron estar en su patria y naturaleza, y quellos eran libres y no querían servir a nadie, ni ser tributarios".
Prosigue Sarmiento que "desta respuesta se holgaron Topa Inga y los suyos, porque no querían sino hallar ocasión para llevallo todo a las puñadas, por poder robar, que era su principal intento. Y así, ordenaron su gente, que, según dicen, eran más de ducientos y cincuenta mil hombres diestros en guerra; marcharon contra los cañaris y quitos, arremetieron los unos a los otros, y todos peleaban animosísima y diestramente. Y estuvo gran rato la victoria dudosa por parte de los cuzcos, porque los quitos y cañaris apretaban reciamente a sus enemigos. Y viendo el Inga
esto, levantóse sobre las andas animando a su gente, y hizo seña a los cincuenta mil hombres que había dejado sobresalientes para socorrer a la mayor necesidad. Y como dieron refresco por un lado, desbarataron a los quitos y cañaris, y siguieron el alcance, haciendo y matando cruelmente, apellidando: "¡Capa Inga Yupangui, Cuzco, Cuzco!". Todos los cinches fueron muertos, y prendieron a Pillaguaso en la vanguardia, y a nadie daban vida, por despojarlos y por poner temor a los demás que lo oyesen ".
Alcanzada la victoria, Túpac Yupanqui prosiguió hacia el septentrión y pasó por Tiquizambi, Cayambi y Puruaes. Tuvo un recio encuentro en Latacunga, donde se detuvo luego para dar un breve descanso a sus tropas. Finalmente, cuando todo estuvo listo, desde Latacunga se lanzó sobre Quito, su objetivo militar. La población se entregó sin resistencia, por lo que Túpac Yupanqui tomó posesión del lugar y lo integró al Tahuantinsuyo.
En Quito hizo otro alto que sirvió para curar a los que venían heridos. Pero él no quedó allí sino que volviendo al sur, a donde después sería Tumebamba, asistió al parto de la Coya Mama Ocllo, que en ese lugar había quedado. Fruto de este parto fue un niño al que llamó Titu Cusi Hualpa, el cual estaba destinado a sucederle en el trono con el nombre de Huaina Cápac.
Quito era un reino principal, pero no la sede de los Sycris y su dinastía de los Duchicelas. La población era importante mas no muy desarrollada urbanísticamente. Túpac Yupanqui determinó fundar allí una verdadera ciudad del más puro estilo incaico. Desde entonces Quito conoció la arquitectura imperial.
Para conmemorar su victoria última o el nacimiento de su hijo, fundó en el lugar de Surampalli la ciudad de
Tumebamba. Le dio "grandes edificios y muy lustrosos", sumándole una connotación sagrada que antes no tenía.
El cronista Vásquez de Espinosa nos ofrece de esta campaña del Inca un itinerario que partiendo de Ayabaca (Ayahua-ca, el Santuario de los antepasados difuntos), sigue por Calva, Garrochamba, Saraguro y Girón, Cañaribamba, Tumebamba, Tiquizambi, Yahuarsongo y Guayaquil, así como las provincias "sujetas al rey de Qvitv" nominadas Sichos, Nucha, Latacunga, Nulahalo, Puruaes, Chambo, Ambato, Pilileo, Petate, Quero, Pansaleo, Quixos, Otavalo, Caranque, Uyumbichu, Yumbos, Zangoiqui, Aloa, Aloasi, Nachangara, Chillo, Gallo, Zumbiza, Cingondoy, Tisaleo, Alangazi, Hatuncillo y Cumbaya. No está claro si este fue el orden de la conquista de Quito, pero sí nos habla de lugares que terminaron todos en poder del Inca.
Porque los naturales de Puerto Viejo, lejos de oír a sus embajadores los habían muerto, Túpac Yupanqui salió contra ellos a castigarlos. En el camino hacia la costa, fijó el emplazamiento de la fortaleza de Huachalla, en las estribaciones de la cordillera. Luego bajó al País de los Huancavilcas. Para hacer esto dividió a su ejército en tres cuerpos y tomando él el mando de uno se introdujo en el fragoso territorio tropical. "Metióse tanto en las montañas que estuvo mucho tiempo sin que se supiese dél si era muerto o vivo". El resultado fue que "conquistó todos los guancabelicas, aunque eran muy guerreros y peleaban por tierra y por mar en balsas". La crónica menciona que incursionaban con sus balsas desde Tumbes a Guañape por el Sur y por el Norte desde Guamo y Manta hasta Turuca y Quisín, pero ello no significa que en todos estos puntos hubieran tenido encuentros con Túpac Yupanqui. Lo cierto es que sojuzgados los naturales de estas partes, tomó mucha noticia de sus balsas. Estaba en este menester cuando le llegó la noticia sobre las Islas del
Poniente y los "mercaderes" que iban a ellas y volvían gananciosos. Luego veremos cómo se embarcó con tales comerciantes y todo lo que esto significó.
Al regreso de esta empresa permaneció un tiempo en Quito. Hacía más de cuatro años que había estado fuera del Cusco y necesitaba regresar. Para hacerlo tenía que dejar un gobernador. Nombró para ello al viejo orejón Chalco Maita, quien quedó investido tal con derecho a desplazarse en andas y servirse en vasos de oro, con el deber de remitirle cada luna un mensajero al Cusco, a informarle "de todas las cosas que pasasen y del estado de la tierra y de la fertilidad della y del crecimiento de los ganados, con más lo que ordinariamente todos avisaban, que era los pobres que había, los que eran muertos en un año y los que nacían". Añade Cieza que todo aquello se cumplió con facilidad, pues siendo tanta la distancia entre Quito y Cusco como entre Sevilla y Roma, el camino que construyó Túpac Yupanqui era tan transitado y usado como el de Sevilla a Triana. La comparación es feliz y habla bien del Cápac Ñan o Camino de los Incas.
Partió Túpac Yupanqui dejando una estela cultural: no sólo dejó a Quito y a Tumebamba convertidas en florecientes ciudades del Tahuantinsuyo, sino que sus comarcas quedaron también con grandes depósitos de víveres y habitadas por ingentes cantidades de mitimaes que enseñaban nuevas técnicas. A todos dejó contentos, convertidos los unos en hatunrunas y los otros en mitimacunas. Al salir de tierra quiteña "en todas partes adoraban al Sol y tomaban las costumbres de los Incas, tanto que parecía que habían nacido todos en el Cuzco; y (a Túpac Yupanqui) queríanlo y amábanle tanto que le llamaban Padre de todos, buen Señor, justo y justiciero".
LAS ISLAS MISTERIOSAS
La expedición a las Islas del Poniente que anunciamos antes se descubro en tres crónicas; aunque las dos últimas parecieran inspirarse en la primera: la de Sarmiento de Gamboa, la de Cabello de Valboa y la de fray Martín de Murúa. El punto es desconcertante, altamente difícil, no necesariamente imposible.
Sarmiento es quien mejor relata el extrañísimo episodio: "y andando Topa Inga Yupangui conquistando la costa de Manta y la isla de la Puná y Túmbez, aportaron allí unos mercaderes que habían venido por la mar de hacia el poniente en balsas, navegando a la vela. De los cuales se informó de la tierra de donde venían, que eran unas islas, llamadas una Auachumbi y otra Ninachumbi, adonde había mucha gente y oro. Y como Topa Inga era de ánimo y pensamientos altos y no se contentaba con lo que en tierra había conquistado, determinó tentar la feliz ventura que le ayudaba por la mar. Mas no se creyó así ligeramente de los mercaderes navegantes, ca decía él que de mercaderes no se debían los cápa(c)s así de la primera vez creer, porque es gente que habla mucho. Y para hacer más información, y como no era negocio que dondequiera se podía informar dél, llamó a un hombre que traía consigo en las conquistas llamado Antarqui, el cual todos éstos afirman que era grande nigromántico, tanto que volaba por los aires. Al cual preguntó Topa Inga si lo que los mercaderes marinos decían de las islas era verdad. Antarqui le respondió, después de haberlo pensado bien, que era verdad lo que decían, y quél iría primero allá. Y así dicen que fue por sus artes, y tanteó el camino y vido las islas, gente y riquezas dellas, y tornando dió certidumbre de todo a Topa Inga. El cual, con esta certeza, se determinó ir allá. Y para esto hizo una numerosísima cantidad de balsas, en que embarcó más de veinte mil soldados escogidos. Y llevó consigo por capitanes a Guamán Achachi, Conde Yupangui, Quígual Topa (estos eran Hanancuzcos), y a Yancan Maita, Quizo Maita,
Cachimapaca Macus Yupangui, Limpita Usca Maita (Hurincuzcos); y llevó por general de toda el armada a su hermano Tilca Yupangui, y dejó con los que quedaron en tierra a Apo Yupangui".
Prosigue Sarmiento: "navegó Topa Inga y fue y descubrió las islas Auachumbi y Niñanchumbi, y volvió de allá, de donde trajo gente negra y mucho oro y una silla de latón y un pellejo y quijadas de caballo; los cuales trofeos se guardaron en la fortaleza del Cuzco hasta el tiempo de los españoles. Este pellejo y quijada de caballo guardaba un inga principal, que hoy vive y dió esta relación y al ratificarse los demás se halló presente, y llámase (Hernando) Urco Guaranga. Hago instancia en esto, porque a los que supieren algo de Indias les parecerá un caso extraño y dificultoso de creer. Tardó en este viaje Topa Inga Yupangui más de nueve meses -otros dicen un año-, y, como tardaba tanto tiempo, todos lo tenían por muerto; mas por disimular y fingir que tenían nuevas de Topa Inga, Apo Yupangui, su capitán de la gente de tierra, hacía alegrías; aunque después fueron glosadas al revés, diciendo que aquellas alegrías eran de placer porque no (a)parecía Topa Inga Yupangui".
El cronista Cabello, en su Miscelánea Antártica, exhibe la misma versión, todavía más pobre, pero añade noticias sobre las famosas balsas de la costa ecuatorial: "las embarcaciones que los naturales usavan (que son ciertos palos livianos notablemente) y atando fuertemente unos con otros, y haciendo encima cierto tablado de Cañizos, tegidos, es muy segura y acomodada embarcación".
Lo cierto es que Túpac Yupanqui, habiendo juntado las balsas necesarias, utilizando a los balseros y pilotos del lugar, "se metió en el Mar con el mismo brio y ánimo que si desde su nacimiento huviera experimentado sus fortunas y truecos". Descubrió las ínsulas llamadas "Hagua Chumbi" y "Nina
Chumbi" y "trujo de allá Yndios prisioneros de color negra, y mucho oro y plata, y más una Silla de latón, y cueros de animales como Cauallos".
Murúa, a su vez, habla de las islas llamándolas "Haua Chumpi" y "Nina Chumpi", añade que Túpac Yupanqui "las conquistó " y que "de allí truxo, para obstentación de su triumpho, vna gente como negros y grandíssima cantidad de oro y una silla de latón. Truxo cueros de caballo y cabesas y huesos, todo para mostrallo acá, que fue costumbre antigua entre estos yngas traer de todas las cosas vistosas y que podían causar admiración y espanto al Cuzco".
Conocidas las tres versiones, en el fondo similares, la conclusión pareciera determinar dos posiciones alternativas: el archipiélago de Galápagos y las ínsulas de Oceanía.
La primera posibilidad es que Túpac Yupanqui hubiera arribado al grupo de las Galápagos, en seguida al golfo de San Miguel en Panamá, recalado en la costa colombiana y de allí vuelto al litoral de Manta. Ahuachumbi, en quechua, es "isla de afuera, y Ninachumbi, "isla de fuego”. Si se tratara del mencionado archipiélago -a 965 kilómetros de la costa americana- una sería la Fernandina, que tiene un sólo volcán y queda al oeste de las demás islas, y la Ninachumbi la Isabela, la más grande y larga de todas, que llega a albergar cuatro volcanes. Demás está decir que las trece ínsulas que componen el archipiélago son de origen volcánico, pero también hay que advertir que todas eran deshabitadas. Los hombres negros los habría tenido que recoger Túpac Yupanqui en el golfo de San Miguel, tierra de Cuarecuá, donde existían los únicos melanodermos oriundos de Melanesia, hallados por Vasco Núñez de Balboa en 1513. Los huesos y cueros de animal podrían ser de manatíes atlánticos, llevados como tales -quijadas y pellejos- por mano del hombre
al litoral del Pacífico. Finalmente el oro, la plata y aun la enigmática silla de latón se habrían recogido en la costa colombiana, donde existía la tumbaga como material desconocido por los Incas. Finalmente, la navegación por la ruta ya esbozada no es difícil. Zarpadas las balsas de Manta y venciendo el brazo diestro de la Corriente Peruana o de Humboldt, se habría tomado el brazo del medio y arribado por él a las Galápagos. Desde allí, subiendo al noroeste se alcanzaría la Contra Corriente Ecuatorial que Ileva directamente al golfo de San Miguel. Volver de Panamá a Manta, siguiendo la costa colombo-ecuatoriana, era una ruta conocida por los manteños, punaeños y huancavilcas.
La segunda posibilidad es bastante más osada. Zarpado Túpac Yupanqui de Manta, siguiendo la Corriente Ecuatorial del Sur y aprovechando los vientos Este y Noroeste, pudo llegar a Polinesia, avistar el archipiélago de Tuamotú y tocar en la isla de Mangareva, donde hasta hoy cuenta la leyenda la llegada de un rey cobrizo procedente del país donde nace el sol.
Este monarca, venido a Mangareva en una flotilla de paepae o balsas a vela, es el personaje que habría traído a Oceanía el camote -llamado kumara en el Perú y Polinesia-y el culto al dios Tiki, que bien podría ser el Kon Tiki Huiracocha, el Hacedor del mundo andino. Pero lo verdaderamente sorprendente de esta leyenda polinésica es que el rey viajero tenía por nombre Tupa o Topa y se hacía llamar Hijo del Sol.
Lo demás se explicaría así. Los hombres negros serían melanesios cautivos de los polinesios; huesos y cueros pertenecerían a los numerosos porcinos, el animal más preciado de la Polinesia Oriental; el trono de latón y los metales finos procederían, como ya se dijo, de las costas de Colom-
bia y Ecuador. Esto no anula -de no ser los negros oceanianos- la validez de los melanodermos panameños de Cuarecuá y de los manatíes atlánticos. La ruta transoceánica podría también tener su explicación, aunque debemos confesar que es muy difícil. Zarpado de Manta y vencidos los brazos diestro y medio de la Corriente Peruana, se habría tomado el tercer brazo, el más rápido, que termina formando la Corriente Ecuatorial del Sur, la misma que gira en el sentido de las manecillas del reloj. Utilizando esta última corriente se arriba, exactamente, a Oceanía, a la Polinesia Oriental, al archipiélago de Tuamotú y a la ínsula de Mangareva. Para el tornaviaje bastaría utilizar la Corriente de los Cachalotes y la Contra Corriente Ecuatorial, pues esta última, marcha de Oeste a Este y lleva ddirectamente al golfo de San Miguel. El regreso de Panamá a Manta ya ha sido explicado.
Convenimos que las dos hipótesis tienen sus inconvenientes, pero las modernas experiencias de Vital Alzar y de Thor Heyerdhal las han reducido al mínimo: para ir a las Galápagos bastarían 30 días, para arribar a Oceanía se requieren sólo 100. Ambos navegantes hicieron una travesía por primera vez, pero los "mercaderes" que noticiaron al Inca la habían hecho muchas veces y eran verdaderos expertos en el viaje y el tornaviaje. Su experiencia pudo facilitar las cosas o aminorar el tiempo de la travesía.
Los otros inconvenientes de la navegación se sortearían de las siguientes maneras:
Las balsas son de troncos livianos y como embarcaciones nunca se vuelcan; admiten vela para aprovechar el viento y guaras para utilizar las corrientes. Cada balsa, con su caseta para hombres y diversos objetos, puede llevar entre nueve y doce personas, de las cuales sólo la tercera parte
serían tripulantes manteños. Con esta última medida se anularían los motines y traiciones, pues siempre eran la mayoría los guerreros del Inca.
Se comería principalmente peces y cefalópodos, y se beberia agua llevada en cañas gruesas y huecas sumadas a la embarcación, también agua de lluvia mezclada con agua marina o líquido exprimido a los pescados.
Volvamos a las embarcaciones; las balsas resisten bastante bien sin perder su flotabilidad, pues en 160 días se impregnan de agua de mar sólo tres dedos. Si las balsas se secan al sol o al fuego en una playa de arena, estarían plenamente listas para el tornaviaje. Aun así, habría sido prudente embijarlas con resina de palma o aceite de coco. El cordaje se remudaría con cuerdas de origen vegetal trenzadas a mano, técnica en la que son expertos los panameños y los polinesios. Atar y desatar los troncos resulta algo muy fácil para los
balseros. Las velas, finalmente, podrían haber sido de algodón americano o de fibra de palmera entretejida polinesia.
Sin embargo, el factor humano fue, en cualquier caso, excepcional. Los hombres de la sierra peruana se transformaron y terminaron siendo hombres de mar. No en vano se habían familiarizado con el océano en la costa ecuatorial; esto es admirable y también lo único que está probado. Túpac Yupanqui, a no dudarlo, fue el héroe de la empresa. Su psicología de caudillo se perfila muy alta. De ser cierta la navegación a las Galápagos, Túpac Yupanqui sería el único Inca navegante y el descubridor de América Central; de
haber llegado a Oceanía, será el Colón del Mundo Novísimo.
EL POSIBLE ARRIBO DE LOS POLINESIOS
Ya que se ha visto la posible travesía de Túpac Yupanqui de Manta a Polinesia, veamos ahora el también posible viaje de oceanianos desde Polinesia a la Punta de Santa Elena, al sur de Manta, en tiempo de Túpac Yupanqui.
Cuenta el cronista Gutiérrez de Santa Clara que "cuando reinaba Topa Inga Yupangue, que estando aquella tierra (de Santa Elena) de paz se alborotó toda ella con la llegada que hicieron mucha cantidad de indios gigantes, que eran de disforme altura y grandeza. Y que estos tales vinieron en unas barcas o balsas muy grandes, hechas de cañas y maderas secas, los cuales traían unas velas latinas triangulares, de hacia la parte donde se pone el sol y de hacia las islas Malucas o del Estrecho de Magallanes...". Y concluye. "Dieron cuenta estos gigantes a los naturales de estas tierras de como habían salido de unas islas y tierras muy grandes que están en la mar austral hacia el poniente, y que fueron echados dellas por un gran señor indio que allí había, que eran tamaños y tan grandes de cuerpos como ellos. Y además de esto, que habían navegado por la mar muchos días a remo y vela, y que cierta tormenta y borrasca los había echado en aquellas partes".
Descartando las balsas, las tierras muy grandes y el estrecho de Magallanes por ser elementos inexactos, todo lo demás coincide con el hecho de que los gigantes fueran crecidos polinesios, "indios gigantes" como quiere la crónica. Los polinesios son bastante más altos que los nativos de la costa ecuatorial americana y un nativo de estos últimos puede llegarle al hombro a un membrudo polinesio. Por lo demás fueron los polinesios tan eximios navegantes que en sus grandes embarcaciones de madera supieron cubrir el triángulo formado por Nueva Zelanda, la ínsula de Pascua y Hawai, todo en el océano Pacífico y antes del siglo XIV.
Diez son las notas principales, según apreciación nuestra, favorables a los isleños oceanianos:
1- que eran "indios" o bronceados;
2- que eran "indios gigantes" o crecidos;
3- que eran navegantes transpacíficos;
4- que arribaron en "barcas" de "maderas";
5- que habían navegado al "remo” y "vela";
6- que estas velas eran "triangulares";
7- que los navegantes venían de "donde se pone el sol", "de hacia las islas Malucas" (hoy Molucas);
8- que partieron de "unas islas... muy grandes que están en la mar austral hacia el poniente";
9- que la navegación fue de "muchos días";
10- que los navegantes habían arribado involuntariamente, porque "cierta tormenta y borrasca los había echado en aquellas partes" (la Punta de Santa Elena)
Más coincidencias con los polinesios también las traen otros cronistas al hablar de estos gigantes. Cieza dice que eran lampiños, pues "no tenían barbas"; Pero López, pasada la mitad del siglo XVI, anotará que su llegada a Santa Elena sucedió "aurá zien años"; añade Zárate que "eran grandes pescadores"; pescadores de "redes" y "aparejos", según Cieza. Pero López enriquece la versión al explicar que los gigantes "vinieron en juncos como galeras, aunque no de aquella echura", esto es, barcos a vela y remo pero sin perfil galerado. Finalmente, se insiste, dejaron fama de sodomitas, por lo que les llovió fuego del cielo, quedando sus huesos "negros" o quemados según Gomara, añadiendo Cieza que para memoria del castigo "algunos huesos y calaveras... quiso Dios que quedara(n) sin ser consumidas por el fuego". Estos huesos los mencionan no sólo los cronistas ya citados, sino otros como Diego de Trujillo, Antonio de Herrera, los ignacianos Joseph de Acosta y Bernabé Cobo, y el carmelitano Antonio
Vásquez de Espinosa, autor de la Descripción de las Indias Occidentales.
Los gigantes habrían llegado fugitivos, pues fueron echados de sus islas “por un gran señor indio que allí había, que eran (sus súbditos) tamaños y tan grandes de cuerpos como ellos''. Eran, pues, estos gigantes expulsos o expatriados, y arribaron a las costas equinocciales en forma accidental.
Por ser los polinesios hombres crecidos y forzudos -en 1595 admiró a los compañeros de Alvaro de Mendaña, en las Marquesas, el que un isleño alzara una ternera de una oreja-, los naturales de la costa ecuatorial, por lo común hombres de talla baja, los vieron altos y los recordaron "que eran de deforme altura y grandeza", evocándolos "indios gigantes". Como se extinguieron por no traer mujeres y practicar la sodomía, los huesos de la paleofauna local terminaron por ser atribuidos a osamentas de los gigantes. Y porque estos huesos estaban ennegrecidos por el tiempo, la humedad, el humus o el óleo mineral se les creyó calcinados con fuego celeste. Esto ultimo es aporte español, pues los pecados contra natura así los castigaba el cielo desde Sodoma y Gomorra. La extinción de los gigantes y la presencia de los huesos es lo que se llama un caso erróneo por superposición o de analogía por proximidad.
En conclusión, el recuerdo de los gigantes náufragos se vinculo a las osamentas fósiles y se explicó la extinción de los intrusos por la pederastía: el mito estaba construido. Incluso había escrito Pero López que en su época quedaban "maderos" de los "juncos" de los gigantes y "otras muchas antiguallas y cosas de sus manos hechas". Todo, pues, para mayor confusión, no eran relatos v osamentas, también existían los restos de sus embarcaciones y algunos objetos que labraron antes
Empero, la totalidad de lo expuesto podría reducirse a una expedición naufragada. Expedición naufragada que procedía de Oceanía oriental, vale decir, una expedición de navegantes polinesios. Era como aducir que si Túpac Yupanqui fue desde Manta a Oceanía, también los oceanianos vinieron desde sus islas a la Punta de Santa Elena. Las posibilidades son variadas. Pudieron ser tuamotuanos, pitcaimos o pascuenses por la Corriente de Humboldt o marquesianos por la Contra Corriente Ecuatorial.
No lo afirmamos ni lo negamos, sólo tratamos de interpretar un hecho que dicen acaeció en tiempo del Inca Túpac Yupanqui. Y si Túpac Yupanqui, hemos visto, pareciera ser el caudillo quechua que descubrió Oceanía arribando a Polinesia, este otro hecho, de ser también cierto, no sería otro que el descubrimiento de América por los polinesios.
LA CAMPAÑA DE LOS LLANOS
El regreso de Túpac Yupanqui de Quito al Cusco, por haberse hecho por la costa peruana, es lo que llamamos la Campaña de los Llanos. No fue en puridad la continuación de la segunda campaña del Chinchaysuyo, tampoco la primera campaña del Contisuyo, fue -en la práctica- una expedición aparte aprovechando el retorno a la capital.
Por Tumebamba y Zaruma Túpac Yupanqui entró a la cordillera de Chilla, cruzó ésta y por el río que iba hacia el mar, orillándolo, bajó a Tumbes, ciudad de indios tallanes que lo recibieron de paz. El Inca les mostró aprecio "y luego se puso el traje quellos usaban por más contentarles y alabó a los (indios) principales el querer sin guerra tomarle por Señor". Sintiéronse halagados los tallanes con estas deferencias del Inca y le dieron la obediencia. Túpac Yupanqui les dio
gobernador quechua y mandó levantar edificios que embellecieran la pequeña urbe.
"Saliendo de aquel valle caminó el Rey Inca por lo más de la costa, yendo haciendo el camino real tan grande y hermoso como hoy parece lo que dél ha quedado; y por todas partes era servido y salían con presentes a le servir; aunque, en algunos lugares, afirman que le dieron guerra, pero no fue parte para quedar sin ser vasallos suyos".
Y prosigue la crónica de Cieza, hablando de esos días: "en estos valles se estaba (el Inca) algunos días bebiendo y dándose a placeres, holgándose de ver sus frescuras". Siempre dejando gobernadores, mitimaes y leyes prosiguió por Piura y Lambayeque.
"En el valle de Chimo dicen que tuvo recia guerra con el Señor de aquel valle (el llamado Chimo Cápac), y que teniendo su batalla estuvo en poco quedar el Inca desbaratado de todo punto; mas prevaleciendo los suyos ganaron el campo y vencieron a los enemigos, a los cuales Túpac Inca con su clemencia perdonó, mandándoles, a los que vivos quedaron, (que) en sembrar sus tierras entendiesen y no tomasen otra vez las armas". Quedó reducido Minchan Caman, el Chimo Cápac, pero la crónica no cuenta que Chanchán, su capital, quedó saqueada y arruinada para siempre.
Siguió el Inca su marcha, no sin antes enviar orífices y plateros al Cusco para que enseñaran su arte a los cusqueños.
En Parpunca (hoy Paramonga), se detuvo y, entendiendo el valor estratégico del lugar, ordenó levantar allí una fortaleza muy crecida, toda construida con adobes.
Sin embargo, todo esto último merece mayor estudio.
Nosotros sospechamos que fue durante la primera o segunda campaña del Chinchaysuyo que Túpac Yupanqui conquistó al Chimo Cápac y que la fortaleza de Paramonga se levantó aún en tiempo anterior. En esta expedición por los Llanos Túpac Yupanqui debió sojuzgar definitivamente al Chimo Cápac, presumiblemente rebelado, rendirlo y arruinarle su capital y, como secuela de esto, reforzar el baluarte militar de Paramonga. Con el tiempo, insistimos, estos hechos se aclararán.
Por donde iba establecía gobernadores y situaba mitimaes. Prosiguió por lo que Garcilaso llama el reino del Chuquis Manco -Supe, Huaura, Suculachumbi y acaso algo del valle del Rímac- y que pareciera coincidir con el reino de Chancay.
Así llegó a Pachacámac, gran santuario de los yungas, donde reverenció al famoso ídolo. Cuentan que el Inca le preguntó a la estatua del dios costeño cómo quería ser reverenciado y que el ídolo le respondió por voz de su sacerdote, que con "mucha sangre humana y de ovejas".
Luego de sacrificios y fiestas, Túpac Inca abandonó la costa y empezó a subir la cordillera. Lo hizo por el camino de Manchay y Sisicaya, llegando a la sierra de Huarochirí y posteriormente al nevado Pariacaca, majestuosa cumbre adorada por los lugareños. Desde allí siguió al valle del Hatun Mayo, hoy del Mantaro, descansó un tiempo antes de proseguir a Vilcashuamán y de allí al Cusco, "donde -según Cieza- fue recibido con grandes fiestas y bailes y se hicieron en el templo (del Sol) grandes sacrificios por sus victorias".
Añade Sarmiento: "Entró Topa Inga Yupangui al Cuzco con el mayor, más solemne y más rico triunfo que jamás Inga había
entrado en la Casa del Sol, trayendo muchas diversidades de gentes, extrañezas de animales, innumerables suma de riquezas y toda la gente muy rica". Entre los trofeos estarían, en lugar preferencial, los hombres negros, los pellejos y quijadas de animales y la metálica silla de latón. Y concluirá el cronista: "duraron estas fiestas un año".
Interesante es advertir el trato que dio Túpac Yupanqui a los reyes que capitulaban ante su persona. El mejor ejemplo es el de Minchan Chaman, el poderoso monarca de los chimús. Un viejo testimonio documental dice que lo "llevó consigo al Cuzco al dicho Minchan Saman, donde le cassó con una hija suya y como tubiese noticia quel dicho Minchan Sarnan tenía un hijo llamado Chumun Caur que estava en el valle de gaura (Huaura) con su madre que hera una señora de aquel valle llamada Chanquirguanguan, le embió a llamar y le mandó biniesse a governar esta tierra (de los chimús) en lugar de su padre Minchan Saman... con horden de que le tributase, como lo hizieron (los chimús) hasta que los españoles vinieron y le embiaban cada año al Cuzco plata, ropa y otras cossas y mugeres, hijas de los caciques Lo cierto es que a Chumun Caur le sucedió su hijo Huaman Chumo, y a éste su vástago Anco Coyuch, al que sucedió su hermano Caja Simcim, que fue el Chimo Cápac vasallo del Inca que encontraron los españoles.
Por lo expuesto se descubre que Túpac Yupanqui retenía en el Cusco a los monarcas rendidos pero, si no es mucho generalizar, el gobierno pasaba a su hijo o a la persona que correspondía el trono. En el caso expuesto el Inca era el indiscutido Emperador, pero un chimú de sangre real -el príncipe heredero- era el nuevo rey de los chimúes.
LA PRIMERA CAMPAÑA DEL ANTISUYO
Se trató de ir y ver "qué arte y ser de tierra tenía" el Antisuyo, porque sólo se sabía que era región montuosa y áspera, con bosques impenetrables y, como nota peculiarísima, "estéril de sal".
De este modo partió Túpac Yupanqui del Cusco, dejando a su hermano mayor Yamque Yupanqui a cargo del gobierno y también a cargo de su senil progenitor. Se sabe que, al mando de su ejército, marchó hacia el nacimiento del sol y que por este camino llegó a Caxaroma, a cuarenta leguas del Cusco, lugar que era ya sujeto al Inca Pachacútec. Allí sus naturales informaron que lo que seguía al oriente "era una tierra que siempre llovía en ella y que los pueblos de las gentes que por aquella tierra había... era(n) una casa sola larga y grande... y que en cada casa de aquellas se metían y cabían mil y dos mil hombres dellos y que allí vivían juntos teniendo dentro en cada casa destas cada uno por sí su atajo de casa y vivienda... que era una gente que andaba desnuda a causa de la tierra tan caliente y que era gente muy viciosa y de muy poco trabajo y que siempre traían sus arcos y flechas y que se andaban a caza de papagayos y de micos y de las aves que ansí podían haber y que comían carne humana...".
Esto último no quedaba allí, sino que eran pueblos que siempre estaban guerreando entre sí, no para sojuzgarse unos a otros, sino para tomar prisioneros, "y los que ansí eran presos ansí de los unos como de los otros los llevaban a sus pueblos y hacían gran fiesta y comíanselos y que era gente tan bellaca que si tomaban por caso alguno o alguna mujer peleando que le pareciese bien que la tenía por mujer y después de haber parido dél una o dos veces llamaba a los parientes cada y cuando que a él se le antojaba y mataba esta mujer y hacíales fiestas y comíansela todos
Por lo demás, "hacían algunas sementeras de maíz y yuca y... sembraban algunas calabazas". Cuando se moría alguno de ellos se juntaban todos sus parientes y, sin llorar, se mostraban tristes; "y que esto hecho... hacían piezas el tal muerto y le repartían... y se lo comían y que los huesos destos después de los haber muy bien roídos que los juntaban todos juntos y que los colgaban en lo alto de la pared de la casa donde había vivido... y... allí le ponían su arco y flechas y plumajes". Y concluye la descripción: "toda aquella tierra era estéril de sal a cualquier parte que por ella fuesen ".
Atendiendo a esto último fue que Túpac Yupanqui hizo dar su ración de sal a sus soldados, "para que cada uno la comiese por regla", mandando que los capitanes velasen por ella, de modo que cuando se hubieran consumido las tres cuartas partes de la ración, se diese la orden de regresar.
Con esta prevención partió el Inca llevando a su gente en varios cuerpos de tropa separados. Pasados los cerros surgieron las arboledas, terminó la tierra inclinada y apareció la selva. Conforme se avanzaba hacia la salida del sol se fueron descubriendo las grandes cabañas comunales sobre horcones y también crecidas rancherías a orilla de los ríos. Al entender que el Inca venía conquistando la tierra por las armas, algunos caciques salieron de paz. Sus presentes eran siempre lo mismo: papagayos, guacamayas, monos, perezosos y osos hormigueros, plumas y plumajes, miel de caña, arcos de chonta y flechas ornamentadas. Por excepción, presentaban algún oro en polvo, sin duda extraído de la arena de los ríos. Los indígenas, a su vez, eran obsequiados con sal, "que la tenían ellos en más que otra cosa". También se les repartió uncus y yacollas para que cubriesen su desnudez, porque estaban acostumbrados a vivir en cueros.
Empero, porque el Inca había llevado muchos soldados
empezó a escasear la comida. A la selva llana sucedió la selva virgen y se tuvo que gastar fuerza y tiempo en talar los árboles y hacer caminos. A todo esto aparecieron las enfermedades tropicales. Los hombres de las alturas comenzaron a flaquear. Todo hace pensar que habían llegado hasta el País de los Opataris, acaso los machigüengas.
Aunque nadie dice que la sal se había consumido en la proporción pensada, Túpac Yupanqui dio la orden de retornar al Cusco.
El ingreso a la capital incaica, pese a la derrota infligida por la selva, fue triunfal. El Inca Pachacútec presenció una vez más el desfile de la victoria. Ante él pasaron los vencidos antisuyos ataviados a su manera, grandes adornos de plumas coloridas y "algunos tigres y culebrones amaro", en realidad jaguares cautivos y boas adormiladas.
Túpac Yupanqui, todos los trofeos los presentó a su padre Pachacútec y le pidió que los pisase, pero el Inca estaba tan viejo que no lo pudo hacer. Entonces fue que Pachacútec, queriendo participar del triunfo, mandó a dos hijos suyos "que le levantasen en peso que quería pisar aquello y honrar a su hijo y aceptarle el servicio que le había hecho". Hollados los trofeos por el viejo Emperador, Túpac Yupanqui pidió a su hermano Amaru que hiciera igual, por lo que éste pisó también los trofeos.
Seguidamente los felinos y grandes sierpes fueron depositados en las casas destinadas a las fieras (¿las cárceles?) y con el oro traído se confeccionó una cinta de dos palmos y medio de ancho con el grosor de un plato de estaño, rodeándose con tal cinta el exterior del Aposento del Sol en el Coricancha.
Esta primera expedición al Antisuyo hizo que el País de los Opataris, desde entonces, se convirtiera en vasallo del Inca del Cusco. También que los Incas del Cusco se aficionaran a los paramentos de plumas y adornos de plumería. El cronista Juan Diez de Betanzos es el único que recoge la historia de esta primera campaña de la selva.
LA MUERTE DE PACHACUTEC
Entre la primera y segunda campaña del Antisuyo, murió el Emperador Pachacútec. Murió muy viejo. Antes de finar llamó a todos sus hijos, les obsequió joyas y dio a cada uno dos arados "para que supiesen que habían de ser vasallos de su hermano (Túpac Yupanqui) y que habían de comer del sudor de sus manos, y también les dio armas para pelear en favor de su hermano, y despidiólos a todos".
Llamó luego a Túpac Yupanqui, al cual, ante los orejones del Cusco, díjole: "¡Hijo! Ya ves las muchas y grandes naciones que te dejo y sabes cuánto trabajo me han costado. Mira que seas hombre para las conservar y aumentar. Nadie alce dos ojos contra ti que viva, aunque sean tus hermanos. A estos nuestros deudos te dejo por padres, para que te aconsejen. Mira por ellos, y ellos te serv(ir)án. Cuando yo sea muerto, curarás de mi cuerpo, y ponerlo has en mis casas de Patallacta. Harás mi bulto de oro en la Casa del Sol, y en todas las provincias a mi subjetas harás los sacrificios solemnes, y al fin la fiesta de Purucaya, para que vaya a descansar con mi padre el Sol. Y esto acabado, dicen que comenzó a cantar en un bajo y triste tono, en palabras de su lengua que en castellano suenan: 'Nací como lirio en el jardín, y ansí fui criado, y como vino mi edad, envejecí, y como había de morir, así me sequé y morí'. Y acabadas estas palabras, recostó la cabeza sobre una almohada y espiró".
Prosigue la crónica que "luego que Pachacuti Inga Yupangui murió, diputaron dos orejones que guardasen el cuerpo, para que nadie entrasen ni saliesen a dar nueva de su muerte hasta la orden que se había de dar. Y los demás ingas y orejones, con Topa Inga, se fueron a la Casa del Sol, y allí mandaron venir a los doce capitanes de los aillos de la guarda de la cibdad y del Inga, los cuales vinieron -dos mil y ducientos hombres que tenían a cargo para la guarda, que tenían a su cargo a punto de guerra-, y cercaron la Casa del Sol. Y los ingas otra vez pusieron de nuevo a Topa Inga Yupangui la borla y le dieron las demás insignias de Inga, como que ya había heredado y sucedido a su padre. Y tomándole en medio de sí y de la gente de guerra de la guardia, lleváronle a la plaza, adonde se sentó con gran majestad en un soberbio trono. Y echaron bando que todos de la ciudad viniesen a dar obediencia a Topa Inga Yupangui, so pena de muerte".
"Y los que con él habían venido se fueron a sus casas a traer presentes para reverenciar y dar obediencia al nuevo Inga. El cual quedó con sola la guarda, y luego tornaron y le dieron obediencia, ofreciéndole sus dones y adorándole. Y la demás gente común del pueblo hizo lo mesmo. Y tras esto le hicieron sacrificios. Mas es de notar que solos los del Cuzco hicieron esto, y si algunos otros allí se hallaron que lo hiciesen, serían forzados y espantados con las armas y el pregón
"Y esto acabado, llegaron al Inga Topa y le dijeron: '¡Capa Inga, tu padre descansa ya!' A las cuales palabras, Topa Inga mostró gran tristeza y cubrió su cabeza con la manta, a (la) quellos llaman llacolla, ques su capa o cobija cuadrada. Y luego se fue con todo su acompañamiento adonde estaba el cuerpo de su padre, adonde se vestió de luto. Y aderezadas todas las cosas para las obsequias, hizo Topa Inga Yupangui todo lo que su padre le había mandado al punto de la muerte acerca del culto de su cuerpo y otras cosas ".
En lo sucesivo, Túpac Yupanqui comenzó a gobernar in-
dependientemente. Se dedicó, por entero, a su misión gubernativa. Sin embargo, entendió que había prioridades bélicas que sólo él podía cumplir. De otro modo, las crecientes rebeliones de los territorios conquistados amenazaban destruirlos. Para que el maíz fuera mazorca, los granos debían seguir unidos, con el Tahuantinsuyo ocurría exactamente igual: por eso fue que confió el gobierno a su hermano mayor Amaru Inca Yupanqui, que tenía mucha experiencia en el mando político; y él marchó a lo que era la vocación de su vida, la guerra.
LA SEGUNDA CAMPAÑA DEL ANTISUYO
La segunda campaña del Antisuyo transcurrió después de la muerte de Pachacútec, y su historia puede resumirse así.
Mandó Túpac Yupanqui a los antis que le dieran nuevos testimonios de obediencia, para lo cual se hizo adorar y hacer sacrificios, exigiéndoles además unas astas de lanzas de palma para el servicio del Coricancha. Los embajadores antis que recibieron el pedido lo tomaron a mal y, por esta causa, huyendo del Cusco, volvieron a la selva y contaron la intención del Inca. Ciertamente aquí hay circunstancias que desconocemos, mas lo cierto es que pasado un tiempo los antis se mostraron descontentos y se declararon en franca rebelión.
Se indignó con esto Túpac Inca y convocando a sus generales les expuso su plan, luego "hizo un poderoso ejército" y lo dividió en tres destacamentos, tomó personalmente el mando de uno y partió del Cusco para tomar la ruta de Aguatoma. Los otros dos cuerpos los confió al general Otorongo Achachi, que entró por el Valle de la Serpiente,
y al general Chalco Yupanqui, que llevaba la imagen del Sol y entró por Pilcopata.
Bernabé Cobo contará que Túpac Yupanqui "fue en persona a esta guerra con muy grueso ejército y venciendo las dificultades de tan ásperos caminos como aquellos son, atravesó la fragosa y nevada cordillera y las espesas selvas y arcabucos que dividen aquellas provincias Yuncas de las de la Sierra".
La penetración de la selva fue durísima y empezó por el País de los Opataris, a cuyos habitantes castigaron y devolvieron a la obediencia. No queriendo quedarse ahí Túpac Yupanqui, aprovechando las tropas que tenía, prosiguió la penetración al levante, hacia la salida del sol. "Mas como la montaña de arboleda era espesísima y llena de maleza, no podían romperla, ni sabían por dónde habían de caminar para dar en las poblaciones, que ab(s)condidas mucho estaban en el monte. Y para descubrillas subíanse los exploradores en los árboles más altos, y adonde vían humos, señalaban hacia aquella parte. Y así iban abriendo el camino, hasta que perdían aquella señal y tomaban otra. Y desta manera hizo el Inga camino por donde parece imposible poderse hacer".
El Rey guerrero de toda esa región era Gondin Xabana, que tenía fama de "grande hechicero y encantador", afirmaba "que se convertía en diversas formas ", posiblemente de animales.
"Entró, pues, Topa Inga y los capitanes dichos en los Andes, que son más terribles y espantables montañas de muchos ríos, adonde padeció grandísimos trabajos, y la gente que llevaban del Pirú, con la mudanza del temple de tierra, porquel Pirú es tierra fría y seca y las montañas de los Andes son calientes y húmedas, enfermó la gente de guerra de Topa Inga y murió mucha. Y el mesmo Topa Inga, con el tercio de la gente quél tomó para con
ella conquistar, anduvieron mucho tiempo perdidos en las montañas, sin acertar a salir a un cabo ni a otro, hasta que Otorongo Achachi encontró con él y lo encaminó".
Lo cierto es que conquistaron Túpac Inca y sus generales cuatro grandes naciones: Opatari, que fue más castigada y pacificada que conquistada; Monosuyo, de la que no hay mayores noticias; Manaríes o Yanaximes, "que quiere decir los de las bocas negras", por pintarse sus guerreros los labios con este color; y, por último, el País de los Chunchos, avistándose desde él la región de los Chiponahuas o Musus.
Tres fueron los reyezuelos que llegaron a cautivar: Huinchincaina, Cantaguancuru y Nutanguari, que parecieran ser los régulos de los monosuyos, manaríes y chunchos, respectivamente. Al nigromántico Gondin Xabana nunca se le llegó a prender. Acaso esto fue lo que terminó de perfilar su fama de "grande hechicero y encantador... que se convertía en diversas formas".
Garcilaso, pese a que confunde a Túpac Yupanqui con Pachacútec Yupanqui, su padre dice que el Inca llegó con sus mermadas tropas al Amarumayo o Río de la Serpiente y que por él llegó hasta el País de los Musus, Moxos o Mojos.
EI cronista mestizo nos ofrece los pormenores de esta aventura
fluvial. El Inca mandó primero cortar madera liviana y hacer balsas con ella, teniendo cada balsa cabida para treinta o cincuenta soldados. Los víveres se pusieron al centro de estas balsas "en unos tablados o tarimas de media vara en alto, porque no se les mojase". Con esta flotilla se echaron los expedicionarios al río, bajáronlo con la corriente y tuvieron grandes encuentros con los naturales que moraban en ambas orillas. Estos indios eran los chunchos que, disparando flechas con sus arcos de chonta, "salieron almagrados los rostros, brazos y piernas, y todo el cuerpo de diversos colores que
por ser la región de aquella tierra muy caliente andaban desnudos no más que con pañetes: sacaron sobre sus cabezas grandes plumages compuestos de muchas plumas de papagayos y guacamayas ".
Los combates fueron muchos, tanto en el río como en sus riberas, pero a la larga se impusieron los imperiales, se acordaron las capitulaciones y salieron los selvícolas de paz, ofreciendo, al tiempo de capitular, aves de colores, monillos, miel y cera. Pero aquí está la novedad que traen Garcilaso y Cobo. Pasados estos chunchos entraron los guerreros incaicos a la provincia de los Musus o Mojos, no sin grandes bajas, para terminar dominando la región, pues los mojos se rindieron y salieron de paz, dándose por amigos del Inca mas no por sus vasallos. Querían ser aliados o confederados y Túpac Yupanqui no se opuso. Hubo alianzas políticas y guerreras selladas con compromisos matrimoniales, pues "los Musus les dieron sus hijas por mujeres, y holgaron con su parentesco", y desde entonces tuvieron sus embajadores en el Cusco.
Esta campaña, pese a las muchas vidas que costó, fue un éxito militar. No sólo representó la gran penetración de la selva, sino también la primera utilización de una flotilla incaica de guerra por los ríos de la Amazonia.
La expedición, si nos guiamos por la ubicación de los opataris (acaso los machiguengas), tuvo el siguiente recorrido. Salió del Cusco y venció las cordilleras de Vilcanota y Carabaya, cruzó el río Paucartambo. Seguidamente continuó al levante o nororiente; y alcanzó los "muchos ríos, que en aquel paraje se juntan en uno, que los principales son cinco, cada uno con su nombre propio, sin otra infinidad de arroyos, los cuales todos hacen un grandísimo río llamado Amarumayo", a decir de Garcilaso. Se trata, pues, de los ríos Tono, Co-
ñispata, Pilcopata, Keros y Marcachaca, todos los cuales terminan formando el Alto Madre de Dios o Amarumayo -el Río de la Serpiente- que empalma con el manú o Bajo Madre de Dios, apareciendo como un solo río. Hasta aquí todo se habría dado en el actual departamento de Madre de Dios, donde estarían los opataríes, monosuyos y manaríes, aunque ya los chunchos y chiponahuas parecieran pertenecer al Beni, río boliviano que se presume fue el Paititi, descubierto por el general Apo Curimachi, quien puso en sus orillas los hitos del Tahuantinsuyo. Sólo a través del Amarumayo se justificaría la navegación en la gran flotilla de balsas, expli(ííndose también por el arribo al País de los Mojos.
Fue así cómo Túpac Yupanqui ganó el oriente de su Impe-rio, el Antisuyo, con su Selva Alta o Rupa Rupa y su Selva Baja u Omagua.
LA PRIMERA CAMPAÑA DEL COLLASUYO
Estaba Túpac Yupanqui empeñado en la segunda campaña del Antisuyo, cuando desertó de su ejército un indio colla nombrado Coaquiri. Salió al Collao y dijo a todos que Túpac Yupanqui había muerto en la selva y que, por ende, "ya no había Inga".
"Oída esta nueva por los señores y caciques del Collao, como estaban descontentos con la sujeción del Inca, no hubieron menester más para rebelarse. Mataron los gobernadores puestos por el Inca y juntaron sus fuerzas para cobrar su libertad. En entendiéndose este suceso en el Cuzco, el gobernador que había quedado - Yamque Yupanqui - en el gobierno de la ciudad, despachó por la posta quien diese cuenta al Inca; el cual, en recibiendo el aviso, acudió con gran presteza al remedio. Compuso lo mejor que pudo las cosas de la conquista, y dejando en ella (a Otorongo Achachicon)
algunos de sus capitanes, salió por Paucartambo, y sin llegar al Cuzco, se encaminó al Collao por detrás de las sierras de Vilcanota, y vino a salir a Chungará, tomando por las espaldas al ejército de los collas".
A este tiempo, Coaquiri, que otros llaman Conquiri, se había autonombrado Inca y estaba convertido en Señor de los Collas y caudillo de sus ejércitos. Lo secundaba Chucachuca, indio valeroso y posiblemente reyezuelo de alguna región aledaña al lago Titicaca.
El ejército incaico, llevando por Apuquispay al propio Túpac Yupanqui, tenía por generales a Larico, su primo carnal, Achachi, su hermano, Conti Yupanqui y Quíguar Túpac. Con este ejército penetró el Inca al Collao y al encontrar a los collas parapetados en varias fortalezas, les dio guerra y ganó batallas en Llallahua, Asillo, Arapa y Pucará, todo en tierras puneñas.
Se dice que Túpac Yupanqui "peleó con ellos muchas veces y saliendo victorioso, hizo un gran destrozo en aquellos pueblos castigando con extraño rigor a los culpados en la rebelión. Hizo desollar a dos caciques, los más principales, y de sus cuerpos mandó hacer dos atambores, con los cuales y con las cabezas de los (a) justiciados puestas en picas y muchos prisioneros para sacrificarlos al Sol, entró triunfando en su corte, donde con grandes sacrificios y fiestas celebró estas victorias". Demás está explicar que los dos caudillos- "Los más principales "- fueron Coaquiri y Chucachuca, "los cuales después fueron atambores del Inga Topa
Y concluye la crónica, a manera de colofón: "En fin, con la grande diligencia de Topa Inga, aunque se gastaron algunos años en esta guerra, Topa Inga los venció y subjetó a todos, haciendo en ellos grandes crueldades".
LA CAMPAÑA DEL CONTISUYO
Esta nueva campaña se pensó en el Cusco y estuvo dirigida a "acabar de señorear los indios de los llanos", vale decir, de la costa.
Una vez más, al frente de sus generales y soldados el Inca salió de su capital, y tomando la ruta de Curahuasi y Vilcas bajó a la región yunga por el camino de Huaytará.
De este modo llegó al valle de Pisco donde, pese a que hubo algunas guerrillas y porfías, los embajadores incaicos lograron la sumisión de los lugareños. El Inca procedió, inmediatamente, a imponer tributos y a traer a los mitimaes. Igual sucedió con los valles de lea y Nasca, cuyos régulos decidieron capitular.
No ocurrió lo mismo con el Rey de Chincha, el Chinchay Cápac, porque estaba aguardando con 30,000 hombres de armas y aún esperaba refuerzos de sus vecinos. Se entendió que iba a haber largo derramamiento de sangre, pero otra vez la diplomacia incaica actuó con éxito y el régulo se sometió. Con este preámbulo entró Túpac Yupanqui al valle de Chincha y "como tan grande y hermoso lo vió, se alegró mucho". Tratando de congraciarse con sus nuevos súbditos "loaba las costumbres de los naturales y con palabras amorosas les rogaba que tomasen de las del Cuzco las que viesen que les cuadraban". Los chínchanos optaron por simular "y obedecieron en todo".
El Inca dirigió entonces su ejército hacia el valle del Huarco, hoy Cañete, donde no hubo entendimiento posible, por lo que se apeló a las armas y diéronse recios encuentros. Hablándose de los dos bandos, se cuenta que "pasaron grandes cosas entre ellos ", pero no se dice a qué lado se inclinó
la victoria. Lo cierto es que llegó el verano y con los fuertes calores litoraleños enfermó la gente del Inca, hombres de serranía, viéndose el caudillo quechua obligado a retroceder. Y así, "con la más cordura que pudo, lo hizo, y los del Guarco salieron por su valle y cogieron sus mantenimientos y comidas y tornaron a sembrar los campos y hacían armas y aparejábanse pura, si del Cuzco viniesen contra ellos, que los hallasen apercebidos".
Todo lo acontecido hizo que "los naturales de los valles de la mesma costa " se animasen a la rebelión, por lo que los chinchas, icas y nascas recuperaron su independencia. Con el otoño costeño, Túpac Yupanqui adelantó su regreso al litoral y por medio de amenazas los tornó a la dependencia.
Quedaba, no embargante, el valle del Huarco por conquistar, para lo cual construyó el Inca una ciudad en las es-tribaciones de Lunaguaná, urbe que llamó Cusco, como su capital imperial. Asegurado el aprovisionamiento a sus espaldas el Inca inició la guerra.
Esta guerra fue muy larga, como "que duró tres años". Hubo mucho derramamiento de sangre, pero el Huarco no
rindió. Cuentan que estando ya la guerra en sus finales Túpac Yupanqui envió a decirle a la reina viuda del Huarco pues el Rey había muerto posiblemente en la lucha- se decidiese a capitular, porque era su real deseo y el de la Coya obsequiarle su propio señorío para que continuase en él por soberana. Apu Achachi, nombrado con antelación visitador quechua del valle, se encargó de llevar el mensaje. La reina lo creyó y entonces Apu Achachi le solicitó que a modo de albricias hiciese una gran fiesta marítima con sus embarcaciones y guerreros, según uso y costumbre del lugar. Por eso, añade la crónica de Cobo: "la viuda, creyendo ser verdad... concedió lo que le pedía (Apu Achachi) y mandó para
cierto día que le señaló el mismo visitador que todos los del pueblo saliesen a la mar en sus balsas a festejarlo; todo lo cual se efectuó; y estando los indios en la mar con sus instrumentos músicos y mucho regocijo bien seguros de la cautela y engaño del visitador, entraron en el pueblo dos capitanes del Inca y se apoderaron dél; lo cual visto desde la mar por la cacica y sus vasallos, no tuvieron otro (re)medio que rendirse".
Desconociéndose entre los indios el concepto del honor, el hecho no pasó de ser una mera estratagema de guerra. Pero el ardid prosiguió inmisericorde porque conforme los indios salieron a tierra, a todos se les ultimó, "como hoy día lo cuentan los descendientes dellos y los grandes montones de huesos que hay son testigos".
Cobo trae una exótica versión de la toma del Huarco. Dice que lo de la fiesta marítima y captura del pueblo fue obra de la Coya, con colaboración de Apu Achachi, pero su relato se esmera en subrayar que no hubo muertos en ningún bando. La consideramos versión antojadiza.
Lo cierto es que Túpac Yupanqui despobló el nuevo Cusco y sembró el valle de mitimaes, puso gobernador incaico y levantó frente al mar "la más agraciada y vistosa fortaleza que había en todo el reino del Perú", a decir de Cieza. Esta fue la fortaleza del Huarco, también llamada fortaleza de Cerro Azul.
LA SEGUNDA CAMPAÑA DEL COLLASUYO
Luego de la campaña del Contisuyo, el Inca tornó a mirar al sur. Es verdad que después de la batalla de Pucará los collas habían capitulado en Chucuito, pero ahora no se trataba de castigar a los collas sino de acrecentar los límites del Imperio más allá del Collao. Túpac Yupanqui quería atravesar el río Desaguadero, tomar posesión de lo que restaba de esa tierra collavina y -marchando siempre al sur- conocer el final de la tierra.
Por eso cuenta Cobo que "pasados algunos años que gastó en ordenar las cosas del gobierno (Túpac Yupanqui) se dispuso a hacer jornada a Collasuyo". Antes de partir prometió al Sol y a los otros dioses, "que, si le favorecían, no había de llegar a su corte (del Cusco) antes de llegar a la Ticsicocha, que es tanto como el cabo del mundo; porque estaba persuadido que no había más mundo que las tierras de que él tenía noticias ".
Con este propósito salió del Cusco con su ejército y "entrando a la provincia de Chucuito, le hicieron (los collas) un recibimiento más solemne que a su padre Pachacútic". Los reyezuelos del lugar le pidieron que no prosiguiese adelante, que ellos se encargarían de conquistarle todas las tierras que seguían, a cambio de establecer su corte en Chucuito. Pero el Inca declinó la invitación y, agradeciéndoles debidamente, pasó adelante en procura de la orilla oriental del sagrado Titicaca, que entonces llamaban indistintamente lago de Chucuito o gran laguna del Collao.
De este modo rodeó el azul accidente lacustre, pasó por Pomata y por Zepita, y en algún lugar fijado, prevenidas muchas balsas de totora, se embarcó hacia la Isla del Sol. Su arribo a la ínsula tuvo atisbos religiosos, pues éste fue el lugar donde el dios Huiracocha había creado al Sol, la Luna
y las Estrellas. El Inca era el Intip Churin, el Hijo del Sol y de la Luna, por tanto su visita a aquel lugar tuvo visos de llegada al solar de sus antepasados. Túpac Yupanqui ingresó al templo que allí existía desde tiempo inmemorial y oró en su interior. Detenido varios días en la ínsula, mandó edificar un palacio y otros recintos. Luego hizo cumplidos sacrificios al astro rey y, en las balsas de totora, regresó a tierra firme.
El siguiente punto fue Tiahuanaco, donde hizo un alto para ver sus famosas ruinas. "Quiso informarse de los naturales del pueblo de adonde se había traído la piedra para quella fábrica y quién había sido el autor della. Respondiéronle los indios que no lo sabían ni habían tenido noticia en qué tiempo se hubiese edificado", salvo que allí el Kon Tiki Huiracocha había creado a los hombres. Tiahuanaco, según los collas, era la cuna de la humanidad.
Los lugares que siguieron fueron ya lugares de conquista. Carangas, Paria, Cochabamba y Amparaes resultaron verdaderos campos de batalla que sirvieron para desbrozar el camino hacia las Charcas. Aun así, fue notable la resistencia de 20,000 guerreros en la fortaleza de Oroncota. Su captura fue distinta a la toma de otras fortalezas: se logró -mediante invitaciones al baile de la cashua y a la diversión- que saliesen sus defensores, lo que aprovecharon 10,000 soldados del inca para tomar y rendir la fortaleza.
A estas alturas, "la fama del poder y victorias maravillosas del Inca había ya penetrado las provincias más remotas y puesto tan gran terror y espanto a los caciques y señores dellas, que los más le enviaban sus embajadores ofreciéndole paz y pidiendo ser admitidos por vasallos suyos; y él recibía con blandura y amor a los que voluntariamente se le sujetaban, y hacía cruda guerra a los que le resistían. Andando pacificando la tierra de los Charcas,
le vinieron mensajeros de las remotas provincias de Tucumán, enviados por los señores dellas, que en nombre dellos le dieron la obediencia; y el Inca envió allá gobernadores y mitimaes que les enseñasen los usos y leyes de su reino".
El último avance hacia el sur oriente fue la incursión contra los chirihuanas o chiriguanaes. Vivían al levante de Chuquisaca, Tomina y Tarija, eran oriundos de la selva paraguaya y se perfilaban "golosos y apasionados por comer carne humana". Su fama de caníbales era tal que, contaban, "salían a saltear las provincias comarcanas y comían todos los que prendían sin respetar sexo ni edad, y bebían la sangre cuando los degollaban, porque no se les perdiese nada de la presa". Eran salvajes que no habían ascendido a la categoría de bárbaros.
Para tener más noticias de los chirihuanas y sobre las riquezas de su territorio, Túpac Yupanqui destacó un contingente de 10,000 soldados. Retornó este ejército con noticias decepcionantes: los chirihuanas no tenían nada que ofrecer y su país era pobre, selvático, pantanoso y enfermizo. El Inca desistió de la empresa y decidido a indagar por el final de la tierra, marchó al sur. Su próximo objetivo era Chile, país que tenía minas de oro.
Explica el ignaciano Cobo, que teniendo Túpac Yupanqui "noticia de las grandes provincias de Chile, hizo abrir camino para ellas por la provincia de los Lipes, que era la última de su reino Y añade Cieza: "él fue caminando con toda su gente hacia Chile, acabando de domar, por donde pasaba, las gentes que había. Pasó gran trabajo por los despoblados y fue mucha la nieve que sobre ellos cayó; llevaban toldos con que se guarescer y muchos yanaconas y mujeres de servicio. Por todas estas nieves se iba haciendo el camino o ya estaba hecho y bien limpio y postas puestas en él". Aunque Cieza confunde a Túpac con su hijo Huaina Cápac, queda claro que se trata de Túpac Inca.
La progresión en este clima fue terrible. Se comenzó a vencer el itinerario por la Cordillera de los Chichas y la Cordillera de los Lipes, llegándose en medio de incontables penurias a la provincia de Atacama. El frío era tan intenso que todo lo congelaba: hombres, animales, vegetales, incluso las corrientes de agua. Llegados a 4,000 metros de altura se dejó ver el salar famoso. Solo en sus inmediaciones, posiblemente en su orilla septentrional, el ejército incaico pudo descansar. Luego fue que, en un rápido movimiento ramificado, este ejército conquistó toda la provincia.
Desde Atacama Túpac Yupanqui despachó a diversos orejones para espiar y explorar el valle de Guasco y otros lugares del sur. Los orejones "fueron yendo y viniendo como hormigas", inspeccionando disimuladamente hasta Copayapú, hoy Copiapó. Enterado el Inca de los pormenores, despachó a la vanguardia con el general Sinchi Roca, llevando los bastimentos en llamas y alpacas, animales que primero sirvieron para el transporte y después como carnaje, "porque es muy buena carne para comer".
Hecho esto el inca partió llevando consigo 10,000 soldados, los que sumados a otros tantos que tenía la vanguardia, se presentaron en el valle de Copiapó imponiéndose a los lugareños que sólo se atrevieron a presentar "escaramuzas y peleas ligeras", tras las cuales optaron por capitular.
El siguiente punto fue Cuquimpu, hoy Coquimbo, que, asimismo, el Inca sujetó. De allí pasó Túpac Yupanqui adelante, "conquistando todas las naciones que hay hasta el valle de Chili, del cual toma nombre todo el reino llamado Chili". El valle en cuestión es el del Aconcagua. Su conquista no debió ser pacífica, pero se desconocen las batallas, si las hubo, "porque los indios del Perú, por haber sido la conquista en reino extraño y tan lejos de los suyos, no saben en particular los trances
que pasaron". Sin embargo, aquí pareciera ser la comarca donde Sarmiento de Gamboa centra el grueso de la lucha, afirmando que Túpac Yupanqui derrotó a los pueblos de la región y a sus caudillos Tangalongo y Michimalongo.
Inmediatamente después fue que se dio la batalla del Mapocho, junto al río de este nombre, donde "se habían convocado muchos millares de (indios) chilenos, entre los cuales se hallaban los valientes araucanos, que llamados de los del Mapocho, habían venido en su ayuda. Túvose una muy sangrienta batalla entre los unos y los otros, y en lo más recio della les llegó socorro a los del Inca, que fue causa desmayasen los (indios) chilenos, y que los del Inca quedasen victoriosos ".
Los vencidos apelaron a la fuga, mas el ejército del Inca los "fue siguiendo y dando alcance y degollando a muchos dellos". Pero entrados en su tierra los araucanos se fortificaron en una angostura "y siguiéndolos los capitanes del Inca, como no sabían la tierra, se entraron sin advertir por el peligro. Hallándose ya con ventaja los araucanos, revolvieron contra los enemigos y encendióse la más reñida y brava batalla". Cobo dice que el ejército incaico fue derrotado y que en el combate murió el capitán general y la mayor parte del ejército imperial, pero no dice qué ocurrió con los araucanos y sus aliados de Tucapel y Purén.
A estas alturas las crónicas dejan de ser explícitas. La batalla de Arauco, según esto, admite varias posibilidades. Para Sarmiento en Chile sólo hay triunfos y para Cieza tal batalla no existió, para Garcilaso hay un emparejamiento y para Cobo una espantosa derrota. Todo lleva a pensar que no hubo vencedores o fue derrota, pero también es verdad que los guerreros de Chile no recurrieron a la persecución -y esto puede darle la razón a Garcilaso- porque el Inca regresó sin ser seguido hasta las riberas del Maulé,
aceptando "que por entonces fuese frontera contra los araucanos y la raya de su Imperio". Ese "por entonces", sin embargo, pareciera encerrar un prometedor: ¡volveremos!
La detención de los ejércitos incaicos y la fijación de la frontera en la orilla diestra del Maulé estarían evidenciando algo más. Cuando la tierra adelante era pobre, improductiva, los Incas tardaban en proseguir la conquista de esa región; en otras circunstancias, lo vimos en la segunda campaña del Chinchaysuyo, renunciaban temporalmente a ella; en una tercera opción, como ocurrió con los chirihuanas, renunciaron definitivamente. Lo que seguía al sur del río Maulé, desde el punto de vista incaico, podía ajustarse a una realidad vinculada a la pobreza del territorio. Medio siglo después, Almagro y su capitán de jinetes Gómez de Alvarado se detendrían por la misma causa. Gómez de Alvarado -que no quiso seguir más allá del Ñuble y del Itata- contaría a Almagro que "quanto más yba la tierra más pobre e fría y estéril e despoblada e de grandes ríos, ciénegas e tremedales la halló; e que halló algunos indios caribes, a manera de los juríes, vestidos de pellejos que no comen sino rayces del campo; e que informándose de la tierra e delante, supo e le dixeron que estaba cerca de la fin del mundo...".En conclusión, si Almagro y Gómez de Alvarado no siguieron, no debe tampoco esperarse que el Inca sintiera ambición por avanzar. Entonces fue que, prescindiendo de la guerra, retrocedió y asentó sus fronteras en la orilla septentrional del río Maulé. Todavía están allí las pucaras o fortalecillas de Chena y Tagua-Tagua.
¿Qué representó la conquista incaica para Chile? Significó, en resumidas cuentas, la fundación de diecinueve centros civilizadores: cuatro entre los aimaras, siete entre los ataca-mas, cinco entre los diaguitas y tres entre los picunches. Los núcleos colonizadores principales, sin embargo, debemos
nombrarlos Atacama, Copiapó, Coquimbo, Llay-Llay, Quilpué y Marga-Marga en el valle de Aconcagua o Talagante, Maipo y Melipilla en la región el río Maipo. La conquista incaica significó para Chile la organización curacal, la aparición de los canales de riego y el perfeccionamiento de la agricultura, la introducción de los camélidos de carga, el conocimiento del maíz y el uso del ají para condimentar. Se erigieron guarniciones militares (destacan las de Pucara, Cerro Chena y el Maulé) y se llevaron los mitimaes que inculcaron la definitiva vida sedentaria con sus enseñanzas políticas (un gobierno central, leyes y costumbres), económicas (trabajo, artesanía y mejora nutricional), religiosas (culto solar y cosmovisión andina), lingüísticas (la lengua quechua o runa simi), matemáticas (los quipus) y cronológicas (el calendario). Fue una acción civilizadora realmente superior que difundió el Gran Camino del Inca o Cápac Ñan, que unía lo que es hoy Ecuador, Perú y Chile y fue, sin opción a discutirse, el camino más largo y mejor trazado de América precolombina. La conquista incaica representó paz y tecnificación, prosperidad y sobre todo cultura: el ascenso de la barbarie a la civilización.
Una incógnita ha dejado la conquista de Chile por Túpac Yupanqui. ¿Hasta dónde llegó el Inca conquistador? Atendiendo sólo al límite político los cronistas señalan al río Maulé, pero unos pocos sostienen que llegó al estrecho de Magallanes y que el Inca contempló el final de la tierra. Si el Titicaca era el origen del Universo, el estrecho magallánico será su final, incluso la morada del Kon Ticsi Huiracocha Pachayachachi. Por eso decían las preces: "¡Oh Hacedor, que estás en los fines del mundo", "Hacedor que estáis en el cabo del mundo", "¡Oh Hacedor, Señor de los fines del mundo!". Túpac Yupanqui salió del Cusco para buscar "el cabo del mundo" y volvió al Cusco diciendo que lo había contemplado ¿Qué ocurrió?
Sabemos que anteriormente atravesó el Maulé. Lo dicen Cieza, Molina el Almagrista, Anello Oliva y Garcilaso. Garcilaso afirma que pasó el Maulé y llegó al país de los purumaucas; Oliva sostiene que cruzado el maulé se dispuso a seguir a Chiloé y a Chilcara; Molina dice que avanzó "hasta el Estrecho de Magallanes; y Cieza -quien confunde a Túpac Yupanqui con su hijo Huaina Cápac- que anduvo tanto por la tierra chilena "que dijo que había visto el fin de ella".
Nuestra opinión es más modesta. Túpac Yupanqui despejó esa incógnita que posteriormente se llamaría Chile. Esta región austral del Tahuantinsuyo presentaba tres partes bien definidas: el país de los Picunches al norte, el país de los Mapuches al centro y el país de los Huilliches al sur. Estos últimos eran los que vivían a la sombra del Quitutrepata, hoy volcán de Osorno, y llegaban hasta el Paso de Chacao.
Si el Inca pasó el Maulé, como creemos, para llegar al Fin del mundo, también debió cruzar el Maullín. Conocería entonces el lago de Llanquihue, con olas en días de viento y, además del Osorno, los volcanes hoy llamados Casablanca, Puyehue, Puntiagudo, Tronador, Calbuco, Yates y Hornopirén. En el país de los Huilliches, los días eran cortos en invierno así como las noches muy largas. El paisaje se pintaba verde y boscoso, las lluvias eran frecuentes, la tierra poco apta para sembrar el maíz. Pasado el Maullín, en la bahía de Pargua, estaba el Fin del Mundo. A partir de allí la tierra se desmenuzaba, se hacía añicos, formando centenares de islas, siendo la mayor de todas Chiloé, la Isla de las Gaviotas. Pero luego de esta isla, repetimos, habían otras más chicas que podían contarse por centenas: sus habitantes eran culturalmente muy pobres, casi primitivos, cubiertos con pellejos, bailaban alrededor de frondosas arauca-
rías, pescaban acorralando a los peces y comían crudo el piure, molusco grande, elástico y rojizo también sacado del mar.
Desde los acantilados de Pargua Túpac Yupanqui debió contemplar la isla grande, precursora de las otras más pequeñas. Allí comenzaba la tierra a fraccionarse, allí estaba el Fin del Mundo continental. Luego todo sería ínsulas, canales, vasto mar y mucho frío. Al no hallar pueblos importantes ni haber terrenos de sembradura para la yuca y el zapallo, el camote y el olluco, la palta y la lúcuma, la chirimoya y el maní, el Inca debió ver la comarca pobre poco productiva. No le interesó por su gente ni por su tierra, tampoco por su productividad. El país de los Huilliches y sus islas no le interesó como provincia de su Imperio y, si le interesó, lo dejó para después. Lo cierto era que había llegado al término terrestre, había visto el fin del Mundo, donde todo se convertía en mar. Seguir adelante no aseguraba nada nuevo. Mejor era volver atrás y dedicarse a consolidar lo ganado. Y así fue, según lo que pensamos, que dejó atrás el Maullín y asentó sus fronteras civilizadoras en el Maulé. A la larga esto es lo que opina el cronista Santillán, quien llama a los huilliches puramaucas. Esta última acepción pareciera referirse a guerreros con plumas.
No fue, pues, la batalla del Mapocho la que frenó a Túpac Yupanqui, porque si fue vencido a la altura de este río ¿cómo pudo proseguir al Maulé? Los vencidos nunca avanzan, se repliegan. Pero el Inca siguió penetrando el territorio enemigo hacia el sur, lo que indica que lo hizo en condición de victorioso. En consecuencia, la batalla del Mapocho, que fue dura y sangrienta, fue ganada por el Inca, quien de este modo siguió penetrando el territorio enemigo hacia el sur. Sólo los vencedores avanzan y sólo así se
explicaría su progresar hasta el Fin del Mundo y su posterior retorno, voluntario, a la orilla septentrional del río Maulé.
Respecto a la interrupción de la campaña de Chile, el cronista Hernando de Santillán aduce que se debió a un motivo cultural. Los soldados del Inca, afirma, llegaron hasta el río Cachapoal, "y de allí se volvieron por haber llegado a una provincia que dicen de los Pormacaes, gente poco aplicada al trabajo y de poca capacidad y así los dejaron por cosa perdida". Ya en el norte del Maulé "descubrieron muchos asientos de minas, sacaron mucha cantidad de oro dellas, hicieron caminos y sacaron acéquias y pusieron toda la pulicía que hoy hay en los indios de Chile". Por eso también la crónica explica sobre Túpac Inca Yupanqui: "puesto en orden lo que había ganado, volvió al Cuzco".
Durante todo el tiempo que siguió se ocupó "en refrenar aquellas naciones y asentarlas". Impuso gobernadores, levantó edificios y pequeñas fortalezas, ubicó mitimaes y recogió "tejuelos de oro". Finalmente encargó a sus funcionarios "que hiciesen justicia y que no consintiesen motín ni alboroto". Más todavía, los facultó a aplicar la pena de muerte a los "mo-vedores” de tales desórdenes.
SACSAHUAMAN
Hubo una empresa a través de todo el reinado de Túpac Yupanqui que no se puede ignorar: la construcción, sobre el Cusco, de la fortaleza de Sacsahuamán. No la hizo toda, pero sí la mayor parte. Hoy está derruida, pero sus ruinas siguen exhibiendo grandeza y majestuosidad. No olvidemos que si el plano del Cusco evocaba a un puma, la fortaleza de Sacsahuamán era la cabeza de este puma.
En efecto, la ciclópea fortaleza cusqueña fue planificada por Pachacútec, construida por Túpac Yupanqui, ampliada por Huaina Cápac y concluida por Huáscar. Cuatro fueron también los arquitectos que normaron su edificación: Huallpa Rimachi, Inca Maricanchi, Acahuana Inca y Calla Cun-chuy.
Lo que ya hoy nadie discute es que Túpac Yupanqui construyó la fortaleza. Su afán edificador -no era la primera que levantaba- lo llevó a hacerla grande, hermosa y efectiva. Pero, naturalmente, no fue obra de un día sino de bastante tiempo, aunque "no en muchos años".
Cuenta Cieza: "Cavóse en peña viva para el fundamento y armar el cimiento, el cual se hizo tan fuerte que durará mientras hubiere mundo. Tenía... de largo trescientos y treinta pasos y de ancho doscientos. Tenía muchas cercas... La puerta principal era de ver cuán primamente estaba y cuán concertadas las murallas para una no salir del compás de la otra; y en estas cercas se ven piedras tan grandes y soberbias que cansa el juicio considerar cómo se pudieron traer y poner y quien bastó a labrallas, pues entre ellos se ven tan pocas herramientas. Algunas destas piedras son anchas como doce pies y más largas que veinte y otras más gruesas que un buey y todas asentadas tan delicadamente que entre una y otra no podrán meter un real. Yo fuí a ver este edificio dos veces... y creed los que esto leyé (e) des que no os cuento nada para lo que ví... y... vi junto a esta fortaleza una piedra que la medí y tenía doscientos y setenta palmos de los míos de redondo y tan alta que parescia que había nacido allí; y todos los indios dicen que se cansó esta piedra en aquel lugar y que no la pudieron mover más de allí...".
Se dice que decidido a construir la fortaleza, ordenó Túpac Yupanqui a todas las provincias que enviaran hombres para edificarla. Cumplieron los gobernadores y, venida la gente,
la distribuyó en cuadrillas, les dio turnos y las puso a órdenes de capataces. "Y así, unos sacaban piedra, otros la labraban y otros la asentaban. Y tanta diligencia se dieron, que no en muchos años hicieron la fortaleza del Cuzco, grande, suntuosa, fortísima, de piedra tosca, cosa admirabilísima de ver. Y los aposentos apartados de dentro eran de piedra menuda y polida, tan prima que, si no se ve, no se creerá el primor y fortaleza della. Y lo que es más de admirar, que no tenían herramientas con que lo labrar, sino con otras piedras... y después de acabada hizo (Túpac Yupanqui) a la redonda del Cusco muchos depósitos para bastimentos y ropa para tiempos de necesidades y de guerras, que era cosa de mucha grandeza".
Lo cierto fue que un día vio Túpac Yupanqui la fortaleza "acabada". Sus piedras eran tan grandes que parecían traídas por gigantes. Eran "piedras mayores que hacen increíble el edificio a quien no lo ha visto, y espantable a quien lo mira con atención". Por eso añadirá Garcilaso: "La obra mayor y más soberbia que (los Incas Emperadores) mandaron hacer para mostrar su poder y majestad, fue la fortaleza del Cusco cuyas grandezas son increíbles a quien no las ha visto, y mirando con atención de hacer imaginar, y aún creer, que son hechas por via de encantamiento, y que las hicieron demonios y no hombres".
La fortaleza de Sacsahuamán, con sobrado derecho, pudo ser una de las Siete Maravillas de la antigüedad. Situada sobre el Cusco, luciendo sus tres torreones inmensos - Moyoc Marca, Páucar Marca y Sacllac Marca- lucía "increíble" y "espantable". Porque no fue conocida a tiempo no fue una de las Siete Maravillas, pero lo que sí fue y sigue siendo es la máxima construcción colosalista que haya hecho un monarca cobrizo en América.
EL GOBIERNO DE LOS CUATRO SUYOS
Si su verdadera vocación fue la guerra, no por ello Túpac Yupanqui resultó mal gobernante. Todo lo contrario, Huamán Poma lo llama "muy grande sauio" y los demás cronistas que lo mencionan lo reconocen estadista acertado. Y es que gobernó, dejó obra y contó con la gratitud del pueblo. Haciendo honor a su nombre lo llamaron el Resplandeciente.
Fue tan crecido el territorio que tuvo a su cargo que, para mejor regirlo, nombró a dos Suyuyo Apo o Gobernadores Generales. Uno residía en Jauja y sin duda tuvo a su cargo el Chinchaysuyo, el otro moró en Tiahuanaco y le correspondió el Collasuyo. El Inca, puesto al centro, en el Cusco, tuvo cuenta con los dos suyos menores: el Antisuyo al oriente y el Contisuyo al occidente. Es probable que aquí estuviera el principio del Tahuantinsuyo Camachic o Consejo Supremo que con el tiempo tendría en su seno al Inca, al Hatun Auqui, a cuatro Suyuyo Apo y a doce Apusqui Cunas.
Bajo estos Gobernadores generales estableció los Apunchico o Gobernadores Provinciales y luego los Visitadores regionales con título de Tucuy Ricoc, que significa "el que todo lo ve". Era el Tucuy Ricoc un funcionario volante de misión múltiple: Visitador, Recaudador, Pesquisador, Juez y Huarmicoco o repartidor de mujeres escogidas a los merecedores de tal premio y de mujeres comunes a los mozos por casar. A donde no llegaba el Tucuy Ricoc, llegaban sus lugartenientes o Michos.
Después de los Tucuy Ricoc venían los Curacas que su-cedieron a los depuestos Sinchis o reyezuelos guerreros. El Curaca -que se traduce "el mayor" o "principal" - era el
Aylluca o jefe de un ayllu. Gobernaba en nombre del Inca y atendía sentado en la tiana curacal. Vivía en un palacete con servidores, comida, agua y leña otorgados por su ayllu. Viajaba en litera, cuando era necesario, al Cusco y podía tener hasta 50 esposas, aunque siempre la principal era una "escogida" u otorgada por el Inca. Sus misiones eran: gobernar el ayllu, cobrar los tributos y entregarlos al Tucuy Ricoc, mantener caminos, puentes y tambos, llevar cuenta de la producción, tener llenos los depósitos de emergencia, castigar delincuentes, poner paz entre litigantes y tener cuenta exacta de los nacimientos y defunciones, de los mozos aptos para el servicio militar, de las parejas casaderas y casadas, así como de los niños, viejos e incapaces. Si se portaba mal, el Tucuy Ricoc lo destituía y confinaba en la puna a pastorear el ganado. Si delinquía en grado mayor se le aplicaba la pena de muerte, pues desobedecer al Inca era delito y sacrilegio.
A los Hatun Runa u hombres del pueblo integrantes de un ayllu y mandados por un Curaca, el Inca les asignó trabajo, especialmente por la modalidad de la mita, y muy severas leyes. Pero al mismo tiempo que labores y normas les brindó bienestar y asistencia técnica, al punto que los propios Hatun Runa reconocían su progreso y agradecían la ayuda del soberano.
De ellos sacó Túpac Yupanqui a los mitimaes, fracciones de ayllus que marchaban a ocupar territorios recién conquistados, para cumplir allí misiones políticas (implantar leyes y costumbres), económicas (enseñar trabajo y artesanías), militares (espionaje y represión), religiosas (inculcar el culto solar y sus ritos) y lingüísticas (enseñar el quechua o runa simi). Estos mitimaes eran enviados por una o más generaciones con sus familias a quechuizar a los vencidos. Cada uno era un soldado civil de guarnición en tierra recién
ocupada por el Inca, pero sobre todo era un maestro o mitimacuna. Mitimae viene de mitmac, que se traduce trasladado, advenedizo. Este sistema colonizador llegó a la perfeccion con Túpac Yupanqui. Casi podría decirse que los soldados ganaban la tierra y los mitimaes la retenían y engrandecían "quechuizando" a los lugareños.
Respecto a los Yanaconas o servidores hereditarios, dicen que Túpac Yupanqui fue su creador. Por lo menos así lo asevera la tradición incaica. Refiere ésta que habiendo el Inca nombrado Visitador General a su hermano Túpac Cápac, porque se quiso alzar contra él lo mandó matar, y con él a todos sus consejeros y seguidores. Al grueso de rebeldes también pretendió ejecutarlos, pero por los ruegos de su esposa Mama Ocllo les terminó perdonando la vida. A cambio de ello les dio servidumbre perpetua y hereditaria. El nombre de yanacona procede de la voz yanapay, que es criado, hombre que ayuda. Hoy se cree que el origen de la institución estaría en la Cultura Huari. Los yanaconas no eran esclavos pero sí criados vitalicios, carecían de Curaca y dependían directamente del Inca, quien les daba casa, comida, vestido, trabajo y amo a quien servir. Laboraban preferentemente en chacras, cocales, minas, pastoreo, servicio doméstico y servicio religioso. Estos últimos yanaconas eran los yanavilcas.
Para el mejor control de los Hatun Runa, dicen que Túpac Yupanqui los agrupó en familias -el ayllu era ya una familia de familias- y les dio jefes a estas agrupaciones. Así no sólo era más fácil su vigilancia sino también la cobranza del tributo. Este empadronamiento conllevó las siguientes autoridades:
Puric: jefe de una familia.
Pisca Camayoc: de cinco familias.
Chunca Camayoc: de diez.
Pisca Chunca Camayoc: de 50.
Pachaca Camayoc: de 100.
Pisca Pachaca Camayoc: de 500.
Huaranga Camayoc: de 1,000.
Pisca Huaranga Camayoc: de 5,000.
Huno Camayoc: de 10,000.
De este modo el ayllu -unido por sus vínculos de parentesco, gobierno y trabajo- fue la base para el empadronamiento general. No hay que olvidar que en el antiguo Perú no hubo tribus sino ayllus. El Incario fue el manto y los ayllus los hilos de este manto. Por eso se dice que el ayllu fue la institución social, económica, política y religiosa que los Incas encontraron y convirtieron en base de su estructura gubernamental, aprovechándola y dándole una figura propia, creándola donde no existía y resucitándola donde había muerto. Túpac Yupanqui, según esto, fue el gran organizador de los ayllus.
Cuando el Inca creía que el inmenso territorio a su cargo estaba en paz, ordenaba hacer una Visita General. De esta manera "hizo visitar generalmente desde Quito hasta Chile, empadronó todas las gentes de más de mil leguas y púsoles tributos tan pesados, que ninguno era señor de una mazorca de maíz, que es su pan para comer, ni de una oxota, ques su zapato... ni de casarse, ni de más ni de menos, sin expresa licencia de Topa Inga: tanta era la tiranía y opresión en que Topa Inga los tenía puestos y sujetos". Su primer Visitador fue el ya visto Túpac Cápac, al que sucedió Apo Achachi, también hermano suyo, quien no sólo agrupó a los pueblos por sus ayllus, sino que aplicó las tasas de los tributos que el Inca les había impuesto.
Si en un principio la gran lucha del Inca fue con los Sinchis, antiguos reyezuelos guerreros que trataban de evitar
la sumisión, este mal terminó cortado de raíz, porque el Inca, haciendo caso omiso a sus usos y costumbres, los reemplazó por los Curacas, también hereditarios, pero nombrados por él, como se vio más atrás.
Otra preocupación mayor de Túpac Inca fue la agricultura y con ella la economía. Dicen que fue el creador de los topos de tierra, "dándoles la medida" elástica, que tenían, de modo que no había dos topos iguales salvo en la producción. Fue esta medida hecha con criterio cualitativo, pasando a un segundo plano el criterio cuantitativo hasta entonces imperante.
Para una mejor producción agrícola distribuyó los meses de modo "que solos tres meses del año daba a los indios para que en ellos hiciesen sus sementeras, y los demás para que se ocupasen en las obras del Sol, guacas y del Inga. Y los tres meses que dejaba (señalados para el trabajo) fueron el un mes para sembrar y arar, y un mes para coger, y otro, en el verano, para sus fiestas y para que hilasen y tejiesen para sí, porque lo demás mandaba que lo gastasen en su servicio y del Sol y guacas".
Su preocupación económica unida a su inquietud religiosa lo llevaron a multiplicar los Acllahuasi o Casa de las Vírgenes del Sol. Las Mamaconas eran las mujeres consagradas al astro rey, pero no todas las Acllas eran destinadas al celibato místico, sino que algunas eran educadas para darse en matrimonio a personajes principales como lo eran Curacas, generales y funcionarios, pero especialmente a los reyes extranjeros que se rendían al Inca. Se obsequiaban como merced especial y era un honor recibirlas. Sin embargo, descubrimos que era también un modo de quechuizar a la descendencia de tales monarcas vencidos, pues eran otorgadas para ser las esposas principales y por ende madres de los príncipes herederos.
Descubriéronse en su tiempo "grandísima cantidad de minas de oro y plata”, creó o perfeccionó el servicio de chasquis o correos de a pie, y levantó grandes edificios. Un ejemplo de este último es la fortaleza de Sacsahuamán. En fin,"hizo este Inga muchas ordenanzas" y el pueblo vivió contento bajo él, a pesar de su "tiranía". Por eso, cuando en años posteriores se vivía una buena época, los Hatun Runa "con harto contento y alegría" exclamaban: "Este es tiempo alegre, bueno, semejable al de Topa Inga Yupangue".
LA OBRA DEL INCA SEGUN LOS CRONISTAS TARDIOS
Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua, el cronista de Urcosuyo, nos dejará en su Relación de Antigüedades deste Reyno del Perú, tres noticias interesantes: el premio a los hombres de guerra, la existencia de las amazonas y el tesoro de los opataris.
Sobre el primer punto, antes de hablar de enrevesadas contiendas, nos dirá que Túpac Yupanqui repartía a sus soldados "armas, bestidos ricos de cumbis y poracahuas de plumerías, a manera de capotes, adargas, morreones y purapuras de oro y plata ", entregando a su vez a los capitanes y demás oficiales de guerra "camisetas de oro y plata con sus diademas llamados uacracaro". De esta manera a sus hombres "no les faltauan nada, siempre les tenían abastadamente todo quanto es menester para premiar y galardonar a los soldados; y assí abía sido muy franco y amado de todos; principalmente a sus capitanes los regalaba y a los pobres siempre los hazía merced".
Respecto a las amazonas, el cronista las menciona hasta en dos oportunidades. La primera es en la guerra contra los collas, asignándoles fiereza superior y haciéndolas defen-
der la fortaleza de Guarmipucara. El nombre de estas belicosas hembras era el de Cullacas, las cuales fueron finalmente vencidas y sojuzgadas a perpetuidad. La segunda ocasión se da en la selva detrás de Carabaya, donde también aparecen como guerreras las Guarmiauca, cerca de los Manaríes. No se relata mayores encuentros pero el hecho de llamarlas mujeres soldados hace ver que tales hembras distaban de ser pacíficas.
El tesoro de los Opataris dejó fama para cien años de leyenda. En esta ocasión, dice el cronista, salieron de los Andes de Opatari trescientos indios lugareños "todos cargados de oro en polbos y pipitas Túpac Yupanqui los vio llegar y agradeció su cargamento, pero como aquella noche comenzó a nevar, hizo conducir las cargas de oro a Pachatusán, donde (Mi un cerro muy alto el Inca hizo enterrar las trescientas cargas de metal fino con sus trescientos portadores. "Dizen que para este efecto abía cabado muy hondo a la otra parte que como mira hazia el sol" y allí sepultó a "todos con sus oros cargados... y así nunca fue sacado hasta el dia de oy".
El autor anónimo de la Relación el Valle de Chincha refiere otro suceso interesante. Dirá que, a la muerte de Pachacútec, reunió Túpac Yupanqui a los curacas chinchanos y les comunicó que implantaría para todos sus pueblos las leyes del Imperio. Avanzando más les notificó que de allí en adelante todos los ayllus se dividirían en dos parcialidades: Hanan y Hurin. Posteriormente, como queriendo impulsar todo lo expuesto, mandó trazar y abrir los caminos principales o cápac ñan, y los orilló de tambos. También erigió muchos Acllahuasi o Casas de las Escogidas. Asimismo, se hará ver que Túpac Yupanqui realizó el primer censo del Incario, decidiendo primero que las gentes se dividieran en hunos, huarangas y pachacas, esto es, grupos de 10,000, de
1,000 y de 100 puric o jefes de familia. Para tener un mejor
control dispuso un orden en las edades de los hombres, el mismo que, aproximadamente, fue así:
1) El niño recién nacido
2) El niño que se arrastra
3) El niño que mueve las cuatro extremidades
4) El niño que gatea
5) El niño que camina
6) El niño que recibe comida
7) El muchacho juguetón
8) El muchacho que ayuda
9) El muchacho que guerrea
10) El adulto
11) El semi-viejo
12) El viejo
El testimonio añade que el Inca hizo "todo esto a fin de saber la gente que en su reino había". Y como esto es censar, concluimos que Túpac Yupanqui habría realizado el primer censo general andino.
Hay tres cronistas que, aunque también tardíos, apuntan cosas interesantes sobre Túpac Yupanqui: Diego Fernández (el Palentino), Miguel Cabello de Balboa y fray Buenaventura de Salinas.
Según Diego Fernández (el Palentino), Túpac Yupanqui realizó tres grandes designios en su gobierno: prosiguió la ejecución de la fortaleza de Sacsahuamán, la "que cuando murió la dejó casi toda hecha"; construyó los grandes caminos que partiendo del Cusco llegaban a Quito, Charcas y Chile; e instauró el servicio de los chasquis o correos de a pie. Estos últimos fueron corredores tan eficientes que en quince días iban del Cusco a Quito o del Cusco a Chile, y se añade "y ansimismo le llevaban el pescado fresco en tres días dese la costa
al Cuzco, que con ciento veinte leguas". Esta última costumbre no buscaba, como se ha creído, que el Inca comiese pescado fresco en la capital, sino medía la rapidez de los chasquis: si el pescado llegaba mal oliente era que los mensajeros habían tardado demasiado.
Sin embargo, nuevamente se subraya a Túpac Yupanqui como el gran conquistador, por eso nos dice de él Diego Fernández, el Palentino: "Topa Inca Yupangue fue gran señor y muy valiente. Extendióse y subjectó más tierra que todos sus antepasados, porque como tenía su padre tanta gente, tierra y vasallos debaxo de su mando y era tan rico, y él sucedió en ello puso luego diligencia en conquistar por todas partes. Y así conquistó toda la tierra hasta Chile y Quito, y a todos tuvo en gran concierto y razón. En cualquier parte que él mandase cosa alguna, se hacía y cumplía luego con gran presteza, diligencia y solicitud".
El Palentino le echaca 150 hijos bastardos, reconociendo como únicos vástagos legítimos, habidos en su esposa y hermana Mama Ocllo a: Huayna Cápac, Auci Topa y Auqui Toma.
Miguel Cabello de Balboa, en su Miscelánea Antártica, refiere que Túpac Yupanqui fue gran gobernante y que, aparte de sus hazañas militares, se le debe recordar por varios hechos importantes.
Primeramente porque protegió e incrementó el comercio interior, instituyendo las ferias y mercados en cada provincia (cada diez días como opinan otros cronistas), facultando a los mercaderes a viajar libremente con sus camélidos y mercancías por todos los caminos del Incario, y propiciando de este modo la indagación sobre las minas de oro y plata, también sobre los yacimientos de piedras preciosas. Por otras fuentes llegamos a la conclusión que muchos de estos
mercaderes fueron espías, sobre todo cuando se llegó al comercio exterior.
Afirma, asimismo, Cabello de Balboa que Túpac Yupanqui fue muy minucioso y severo en la aplicación de la justicia, al punto que cobró fama de cruel e inexorable. A este efecto construyó "cárceles y prisiones" en el Cusco o cerca de esa capital, como fueron las de Tancar, cerca de Cayocachi, y Bimbilla, a media legua del Cusco. En la propia urbe metropolitana mandó hacer una cárcel subterránea y laberíntica, "toda ella sembrada de agudos pedernales y poblada de animales fieros metidos y mantenidos allí, para aumentar el espanto a los hombres, ansí como eran Leones, Tigres, Osos... sapos y culebras, y bívoras, traido todo aquesto de la tierra y provincia de los Andes Esta carcelería ha sido descrita y dibujada por Felipe Huamán Poma.
En tercer lugar dispuso que todos los indios viviesen recogidos en llactas o aldeas, que no hubiera indios solitarios ni vagabundos, de modo que el Estado los pudiera proteger y aprovechar. Para ello robusteció la institución del curacazgo, convirtiendo a los Curacas en Nobles de Privilegio o obsequiándoles una mujer quechua o quechuizada para que en ellas tuvieran a sus sucesores y herederos, llamados por la crónica hijos legítimos. Esto conllevó la reorganización del Acllahuasi, donde las Mamaconas o Vírgenes del Sol debían acoger a todas las niñas de doce a quince años seleccionadas por su belleza e inteligencia, para formarlas y educarlas entre los quince y los veinticinco años de edad, para ser entonces entregadas como esposas a los referidos Curacas. A las Mamaconas educadoras las llamó Mama Acllas, a las niñas ingresantes Saya Payas y a las muchachas salientes Guayor Acllas.
Empero, donde se mostró intelectualmente superior fue
por su intuición calendárica, pues "este Topa Yupangui fue el que con la viveza de su claro juicio vino a conocer el movimiento del Sol y cayó en la cuenta de los doce meses del año" y "ansí fue dando a cada mes el tributo y nombre que naturalmente le pertenece, empezando a contar el año solar en diciembre". A este mes llamó Raymi, a enero Camay, a febrero Hatun Pucuy, a marzo Pacha Pucuy, a abril Ari Guaquis, a mayo Hatun Cusqui Aymoray, a junio Aucay Cusqui, a julio Chagua Guarquis, a agosto Yapaquis, a setiembre Coya Raymi, a octubre Oma Raymi Puchaiquis, y a noviembre Ayamarca. Aunque algunos cronistas atribuyen esta invención calendarica y su padre Pachacútec, Cabello sostiene que Túpac Yupanqui fue su verdadero y único inventor; duró tal medida del tiempo hasta la llegada de los españoles y aun después.
Es Cabello uno de los dos cronistas que se aventura a fijar el tiempo que gobernó Túpac Yupanqui. Según él ascendió al trono en 1471, reinó veintidós años solares y falleció hacia 1493. El otro es Gutiérrez de Santa Clara, quien nos dirá que gobernó cincuenta años y murió a los ochenta de edad.
Tratando de su gobierno, el seiscentista fray Buenaventura de Salinas y Córdova expresará que "fue Rey sabio". Y a continuación afirmará que dictó leyes y castigos contra los mentirosos, mandó abrir caminos por los cuatro Suyos y organizó a los chasquis, levantó importantes fortalezas y creó el Consejo Supremo de Gobierno (¿el Tahuantinsuyo Camachic?), instituyó el cargo de Incap Rantin Rímac o Asesor del Inca, el de Runa Yanapac o Protector de los Hombres del Pueblo, el de Incap Quipocnin o Secretario Imperial, el de Tucuy Quipoc o Contador Mayor y el de Tahuantinsuyo Quipoc o Escribano de Provincia. Mandó, asimismo, pintar las hazañas de los Hijos del Sol en los muros interiores de los templos y logró enaltecer el ideal de la justicia. En fin,
nos dirá el franciscano limeño que fue "gran Gouernador", en lo político y "excelentísimo en el esfuergo militar". Si bien poco es verificable en otras crónicas, salvo los lineamientos generales, tampoco resulta imposible que Túpac Yupanqui hubiera hecho todo esto.
Y añade un historiador moderno, a propósito de Túpac Yupanqui: "Fue tenido como el mayor de los Incas, porque era más amado que Pachacútej".
Finalmente, el cronista Femando de Montesinos, pese a sus confusiones e inexactitudes, logra rescatar a la persona del gran Túpac Yupanqui aunque para ello lo hace hijo de Yahuar Huácac, esposo de Mama Runtu y padre de un inexistente Inca Topa Yupanqui II. Pero su identificación, pese a todo, es indiscutible cuando explica: "Fue Huira Cocha el Inga de mayor ánimo que hubo. Al paso valiente y esforzado, emprendió cosas arduas, y en todo tuvo feliz suceso. Entre los indios fue temido por más que hombre, y así le llamaron Huira Cocha, con el nombre del Criador de todas las cosas; el suyo propio fue Túpac Yupanqui". Mariano de Rivero y Ustariz recoge esta versión de las Memorias montesinianas y en lograda síntesis las prosigue así: "hizo una campaña a Chile, en que instaló por gobernadores dos sobrinos suyos, y mandó construir un camino real desde Chirihuanas hasta el estrecho (de Magallanes), atravezando todo el país de Chile. Después pasó al norte, subyugó a los indios Cañaris, los de Quito, los Atarunos, Sinchos y Lampatos; y más adelante a los Chonos, habitantes de la provincia de Guayaquil, y a los caciques de la isla de Puná, como también a los Cimus al volver al Cuzco. Reparó el templo de Pachacamac, y durante su reinado hubo grandes terremotos y dos erupciones de los volcanes de Quito una enfrente a Paucallo, y la otra enfrente de las montañas de Oyumbicho". Evidentemente el Huiracocha de Montesinos es el Inca Túpac Yupanqui. La campaña de Chile y la mención del Estrecho magallánico
asi como la identificación de los Canaris con los Cañaris, de los Lampatos con los Ambatos y de los Cimus con los Chimús o Chimúes, así lo dan a entender. Empero hay algo por añadir. El Inca Topa Yupanqui linóes otro que nuestro personaje en la edad postrera, por eso gobernó veinte años y murió a los cincuenta de edad, desposó a su hermana Mama Ocllo y en ella tuvo por hijo a Huaina Cápac. Se trata de dos personajes en uno o, mejor aún, de un personaje pluralizado. Indudablemente Montesinos oyó la verdad, aunque imprecisa y deformada convirtiendo al décimo Inca en el VII y el VIII soberanos quechuas. Por eso uno es joven guerrero y el otro mayor y de natural pacífico.
MAMA OCLLO COYA
Mama Ocllo, que de soltera se llamó Tocta Coca, fue hija del Inca Pachacútec y de la Coya Mama Anahuarque. Murúa afirma que "fue natural de Chincha, por haber allí nascido", pero es afirmación difícil de aceptar. Más credibilidad admite el “hauer sido muy hermosa y discreta, y muger de gran consejo y prudencia, y sobre todo clementísima". Esto último concuerda con lo que habría hecho por los yanaconas.
Refiere Murúa que "hizo su marido por amor della un templo famosísimo en la fortaleza de la ciudad del Cuzco, con una infinidad de puertas y una entrada labrada diabólicamente, que era una boca de serpiente que causaba a quien le miraba espanto, y por ella entraban e yban por debaxo de la tierra al templo y cassa del Sol, llamado Curicancha, la qual puerta se entiende al presente, a lo que dizen algunos yndios biejos, que está en una cueba que agora se llama Chingana, que significa cossa donde se pierden. En este templo de la fortaleza (de Sacsahuamán) residió mucho tiempo esta Coya quando su marido Tupa Ynga Yunpanqui fue a las guerras y conquistas. Asistían con ella más de cinco mil
yndios e yndias de sus criados que la seruian y todos dormían dentro y comían a su costa, porque era riquíssima. Tenía muchos pueblos para su fábrica y reparo deste Templo, fuera del qual y enfrente de la Puerta Principal, estaba un osario de cabegas de yndios puestas con mucha horden, que dizen llegaua el número a ciento y cinquenta mill cabegas en las vigas y gradas, sin las de las torres, que no se pudieron contar". Algo de cierto habrá en esto del templo pero no en lo de las cabezas-trofeo, porque ninguna otra fuente lo vuelve a repetir; sin embargo, queda hasta hoy la leyenda de las "chincanas" del Rodadero, frente a la pétrea fortaleza, de las que se repite hasta la saciedad, que partía un camino subterráneo a la ciudad del Cusco y su famoso Coricancha.
Murúa representa a la Coya Mama Ocllo con anaco bordado con franjas cerca de los pies, lliclla llana prendida al pecho, chumbi de tocapos y ñañaca o pampacona listada en su parte inferior. Calza ojotas que casi no se ven y ciñe sus cabellos con una vincha a modo de fino llauto. Estos cabellos son negros y largos. En la mano izquierda lleva un pequeño cuadrúpedo imposible de identificar, acaso un cachorro de zorro. Es retrato imaginario, pero sirve para mostrarnos el atuendo de una Coya no precisamente alhajada.
Para Huamán Poma fue mujer "hermosa y redonda de cuerpo, baxita, y tenía una carita pequeñita, alegre de corazón y (a)pacible, y muy gran celosa de su marido y amiga de hazienda". Sin duda por ser celosa tenía por camareras y por doncellas a mujeres viejas, añadiendo lacayos de igual condición. Sus celos no debieron ser infundados, pues su marido dejó muchos hijos bastardos. Y concluye el cronista indio: "y fue muy rica muger, tenía muchas baxillas y murió en el Cuzco de edad de ciento y quinze años". De esta "dezima Coia", acaso porque conoció alguna pintura
de ella, dice que llevaba la lliclla amarilla al centro y de color parduzco en los flancos, y que su axco (¿anaco?) era de color azul oscuro con vetas de lari. Y el cronista, que inmisericorde la ha hecho vivir once décadas, la representa menuda y joven, bajo un quitasol, rodeada de dos viejas y un viejo.
Respecto a los vástagos que dio a su imperial esposo hay serias discrepancias. Sarmiento dice que tuvo sólo dos hijos; Murúa afirma que fueron tres varones: Huaina Cápac, Ausi Topa, Yamqui Toma; y una hembra: Mama Rahua, que de soliera se nombró Pilli Coaco y fue, posteriormente, mujer de Huaina Cápac, su hermano y señor; pero finalmente Huamán Poma le señala diez hijos y cuatro hijas, los cuales se habrían llamado así: Apo Cámac Inga, Inga Urco, Auqui Topa Inga, Uiza Topa Inga, Topa Inga Yupanqui, Amaru Inga, Otorongo Achachi Inga, Tunpa Guallpa, Guallpa Inga y Huaina Cápac, que sería el menor, siendo las hembras: Mama Huaco, Cusi Chimbo, Anahuarque y Mama Rahua.
Ante tanta confusión -sobre todo de Huamán Poma que confunde a los hijos de Túpac Yupanqui con los hijos de su padre- preferimos recurrir a Garcilaso, quien asegura que los vástagos varones fueron: Huamán Cápac, Auqui Amaru Túpac Inca, Quiguar Túpac, Huallpa Túpac Inca Yupanqui, Titu Inca Rimachi y Auqui Maita. Creemos que esta enumeración es la más solvente, porque Garcilaso era hijo de la princesa Isabel Chimpu Ocllo, nieto materno paterno del citado Huallpa Túpac Inca Yupanqui, y bisnieto materno del Emperador Túpac Yupanqui.
Según el cronista Betanzos, Mama Ocllo sobrevivió a Túpac Yupanqui. Por este motivo, sintiéndose enfermo el Inca encargó velaran por ella su hermano Otorongo Achachi y su sobrino Apo Hualpaya. Por eso ordenó a ambos
"que tuviesen cuidado de mirar por su mujer Mama Ocllo, madre de Guaynacápac, y que la respetasen todos como a su señora y madre y que lo que ella les digese y rogase, paresciéndoles que era cosa que conveniese al bien del Cuzco y sustentación (del Imperio), que lo hiciesen el tiempo que ella viviese y después de sus días le hiciesen bulto de oro y que le hiciesen la fiesta de Purocaya con todas sus solemnidades y sacrificios".
Así acabó Mama Ocllo, esposa, hermana y prima del Emperador Túpac Yupanqui.
LA MUERTE
Refiere el cronista Sarmiento de Gamboa -el más fidedigno con relación a Túpac Yupanqui- que luego de ver concluida la fortaleza de Sacsahuamán "fuese a Chinchero, un pueblo cerca del Cuzco, adonde él tenía muy ricas casas de su recreación, adonde mandó hacer grandes heredades para su cámara. Y acabadas de hacer adoleció de grave enfermedad y no quería ser de nadie visitado. Y como la enfermedad (se) le agravase y se sintiese morir, llamó a los orejones del Cuzco, sus deudos y criados, que allí estaban. Y cuando los tuvo en su presencia, les dijo: '¡Parientes y amigos míos!', hagos saber quel Sol, mi padre, quiere llevarme consigo, e yo deseo irme a descansar con él, e os he llamado para que sepáis a quién os tengo de dejar por señor, heredero y sucesor mío, que os mande y gobierne'. A lo cual respondieron que de su enfermedad les dolía mucho, y que pues el Sol su padre, así lo quería, que se hiciese su voluntad y que les hiciese merced de les nombrar quién había de quedar por Cápac en su lugar. Topa Inga le(s) respondió: 'Yo nombro por mi sucesor a mi hijo Tito Cusi Gualpa -el futuro Huaina Cápac- hijo de mi hermana y mujer mama Ocllo'. Y por esto le dieron muchas gracias. Después de lo cual dejóse caer sobre la almohada y murió".
Aparte de Sarmiento tres son los cronistas que también hablan de su última enfermedad. Uno es Cieza de León, quien dice: "le dio cierto mal que le causó la muerte"; otro es Betanzos, que refiere que "adoleció de una grave enfermedad"; y el tercero es Garcilaso, quien afirma; "adoleció de manera que sintió morirse ... y ... así murió".
Huamán Poma, Cabello y Murúa narran que finó viejo,
pero mientras el primero asegura que "de puro viejo murió, comiendo y dormiendo no sentió la muerte", el segundo dice que corrió la voz de habérsele asesinado "con ponzoña", y el tercero que se rumoreó "que fue de un flechazo". Las convulsiones políticas que siguieron a su deceso inventaron
estas dos últimas versiones.
Parece que murió en Chinchero, como afirma Sarmiento de Gamboa, aunque Betanzos, Molina el Almagrista, Cabello, Huamán Poma y Cobo creen que expiró en el Cusco.
Betanzos dice que tenía 70 años y Sarmiento, 85; pero se equivocan los dos: el Emperador que murió "de puro viejo" tendría al fallecer unos 50 años.
"Y así murió el gran Túpac Yupanqui -dirá su bisnieto historiador- dejando perpetua memoria entre los suyos". Añadiendo: "le llamaron Túpac Yaya, que quiere decir el padre que resplandece".
Asistieron a su fin muchos de sus hijos, tanto legítimos como bastardos. Estos últimos eran la mayoría. Sarmiento dice que dejó 60 hombres y 30 mujeres; Murúa y Huamán Poma que, entre unos y otros, sumaron 150; y Garcilaso, que era de la familia imperial, concluirá "que entre varones y hembras pasaron de doscientos". Su muerte "fue muy llorada por
todos en toda la tierra como era su uso y costumbre, y como era razón que se llorase por señor que tanto los amaba y que tanto bien les hacía", en opinión de Betanzos.
Sus funerales fueron sangrientos. La necropompa de los Incas exigía víctimas humanas: hombres, mujeres y niños; también víctimas animales: llamas y alpacas. Todos tenían que acompañar a la otra vida a su señor.
"Su cuerpo embalsamado y bien curado", según Cobo, mereció exequias fastuosas. A su momia o mallqui se le rindieron honores casi divinos. Junto al soberano difunto se puso su huauqui o ídolo particular llamado Cuxichuri. El cuerpo fue llevado a guardar a su palacio cusqueño de Pucamarca, donde lo trataron como a inmortal, "dándole a comer en sacrifico por sus horas y a beber, según que comía y bebía cuando era bibo".
Al cabo de un año de su deceso se le hizo la ceremonia del Purucaya, "que es su canonización", entiéndase su ingreso al Hanan Pacha o ignoto paraíso andino. A partir de entonces, para los miembros de su Panaca, se convirtió en Aya o antepasado semidivino.
Sin embargo, con el correr de los tiempos, su momia fue destruida en un acto de venganza. Los generales quiteños Quisquís y Calcuchímac, la quemaron en la explanada de Sacsahuamán cuando Atahualpa venció a Huáscar. Lo hicieron porque Túpac Yupanqui fue el conquistador de Quito. Según la mentalidad indígena, cuando el cuerpo era consumido por el fuego el alma se reducía a la nada. Fue venganza ultraterrena. Ocurrió esto por 1532. Las cenizas de Túpac Inca, empero, fueron recogidas en un cántaro, que se guardó junto con el ídolo Cuxichuri, secretamente en Calispuquio.
La panaca del Inca incinerado, al no poseer ya su mallqui, lo reemplazó por una estatua de piedra.
Muerto el Inca su recuerdo perduró indeleble mucho tiempo Sin embargo, luego comenzó a ser invadido por la niebla. Algo se ha podido salvar del personaje y eso vamos a consignarlo aquí.
Hablando del hombre, poco hay sobre su figura y más sobre su persona.
De su aspecto físico Huamán Poma es el único que aporta algo y aun así, no se sabe si fabula. Dirá que fue "muy gentil hombre, alto de cuerpo". Eso es todo. Nada más dicen las crónicas.
Sobre su carácter es Sarmiento el que anotará “fué franco, piadoso en la paz y cruel en la guerra y castigos, favorecedor de pobres, animoso y varón de mucha industria, edificador. Fue el mayor tirano de todos los Ingas''. Pero luego de esta imagen bastante nítida, está la imagen florida que trae Murúa, la cual dice así: "Fue Tupa Ynga Yupanqui de condición franco y liveral, especial con los soldados y capitanes que en la guerra se señalauan y dauan muestras de valerosos y esforcados, y esto fue caussa que tubo y lleuó a todas las jornadas y conquistas siempre gente muy lucida y valiente y que le siguiesen con gran voluntad, Fue también comunmente respetado y tan temido, que en las partes más lexanas de su señorío temblauan en oyendo su nombre, y sus mandamientos y horden(es) se cumplían con tanta puntualidad como si él estubiesse presente. Fue amigo de saver cossas nuebas y anssí por tener noticias y entender lo que pasaba en diferentes partes ynstituyó los cha(s)ques, por medio de los quales sabía todo lo que pasaba en todo el Reyno con yncreyble presteza y celeridad, tanto que de la costa de la mar que ay al Cuzco ochenta leguas le trayan el pescado fresco a marauilla estos chasques...En
fin, puso toda la tierra de su señorío en concierto y orden con tanta prudencia, que si ubiera ley do las Políticas de Aristótiles".
Este fue Túpac Yupanqui, "grandicimo hombre de guerra", décimo Inca del Tahuantinsuyo, Emperador de las Cuatro Partes del Mundo, Señor de la Tierra, Ordenador de los Hombres, Hijo del Sol y de la Luna, a quien sus súbditos llamaron el Justo, el Conquistador, el Resplandeciente.
LA PANACA
Los hijos del Inca y de la Coya eran los Pihuichuri, a quienes las crónicas llaman los hijos "legítimos" por ser nacidos de la esposa principal o Pihuihuarmi. Los hijos nacidos de una Pihui o esposa secundaria, también de una Shipa Coya o concubina real, son los que las crónicas llaman "bastardos". En el Incario no hubo hijos legítimos o ilegítimos del Inca, pero sí los que tenían derecho preferencial al trono. Estos eran los hijos del Inca y de la Coya. Todos, no embargante, eran príncipes de sangre real. Cuando la Coya no daba ningún hijo apto para ceñir la mascapaicha, se designaba a un príncipe "bastardo".
Los príncipes podían dividirse así. El príncipe heredero era el Hatun Auqui. Los demás príncipes solteros eran los Auquis y los casados los Ingas. A su vez las princesas solteras eran las Ñustas y las casadas las Pallas. Con todos ellos, menos con el Hatun Auqui, era que el Inca fundaba su Panaca.
En efecto, si por un lado el Inca reinante designaba a uno de sus hijos Hatun Auqui -para que con el tiempo le sucediera en el trono y fundara su linaje propio-, por el otro nombraba un segundo vástago para que se hiciera cargo de
su real Panaca. Esta, pues, abarcaba a todos los descendientes de un Inca -salvo, insistimos, al sucesor y su posteridad-y el jefe de ella oficiaba de Pariente Mayor de tal linaje. El palacio del Inca muerto sería la casa solariega de la nueva cofradía gentilicia, encargándose a ésta que allí estuviera el mallqui o momia del fundador bien atendida y su huauquio ídolo tutelar. El cargo de Pariente Mayor o jefe de Panaca parece haber sido hereditario en los linajes de los Incas. Cada Inca fundó su propia Panaca. Las Panacas reales fueron doce y todas moraron en el Cusco. La que fundara Túpac Yupanqui se llamó Cápac Panaca.
Al crear su Panaca Túpac Yupanqui no hizo sino perpetuar su nombre, su fama y su sangre. El Cápac Ayllu, que puede traducirse como el Gran Linaje o Linaje Principal, estuvo compuesto por todos sus hijos "legítimos" e "ilegítimos .
Luego de la destrucción del mallqui de Túpac Yupanqui por Calcuchimac y Quisquís, la Panaca salvó el huauqui Cuxichuri y lo llevó secretamente a Calispuquio, donde "lo tenían escondido y le hacían muchos sacrificios ", según Sarmiento de Gamboa.
En 1572, cuando el virrey Francisco de Toledo visitó el Cusco, el Cápac Ayllu tenía sus mayores representantes ya cristianizados. Se llamaban Andrés Túpac Yupanqui, Cristóbal Písac Túpac, García Vilcas, Felipe Túpac Yupanqui, García Ayachi, García Pullco Túpac y Juan Cozco. Esta era la plana mayor de la Panaca en el último cuarto del siglo XVI.
La Panaca subsistía en el siglo XVIII con los siguientes Indios Nobles:
Miguel Hancay Inca, del ayllu Ayamarca del pueblo de
Picyura, en Abancay. Fue muy dado a litigios judiciales en la Audiencia de Lima, motivo por el cual hizo dos viajes a la mencionada ciudad. Volvió a su pueblo, según parece, victorioso, porque además de ganar definitivamente para su comunidad los molinos del río, obtuvo la merced de usar espada y daga privilegio que le otorgó el Virrey Marqués de Castelfuerte en atención a su nobleza y origen imperial. Murió en su ayllu nativo, dejando tres hijos: Nicolás, Esteban y Eusebio, todos vecinos de Picyura y el último Alcalde ordinario de primer voto de la parcialidad ayamarca.
Isidro Pilleo Túpac, en 1780, Cacique principal de su ayllu y de la parroquia del hospital de la ciudad del Cusco, frisaba su orgullo en ser "Cacique y noble descendiente del Gran Tupa Yupanqui". Era indio culto, sabía leer y escribir, y tenía un hijo, Dionisio Pillco Túpac, que el 20 de octubre del año citado ingresó de colegial al de San Borja del Cusco.
Mateo Túpac Yupanqui, Curaca de Lares, tierra de Calca. Fue padre de Femando Túpac Yupanqui Inca de Gregoria Túpac Yupanqui Inca, la que casó después con Eugenio Huallpa, enlace del que nació Jerónimo Huallpa Túpac Yupanqui, también colegial de San Borja en 1765.
Evaristo Flórez Huancaviri Cara Túpac, en 1774 Cacique y Gobernador del pueblo de Santo Tomás de Chumbivilcas, donde era, asimismo, Sargento Mayor de Naturales, grado que le confirmó el virrey Manso de Velasco. Esta afición por las armas le venía de familia, pues su padre Tomás Flórez Huancaviri Cara Túpac murió siendo Maestre de Campo de las Milicias Indias del Corregimiento de Chumbivilcas.
Matías Lorenzo Túpac Yupanqui Huaiso, Cacique y Gobernador de San Cristóbal de Cunotambo y descendiente
uterino de la familia de los Huaiso, Caciques de Santo Tomás de Rontocán en el siglo XVII. Casó con Antonia Quispe, a la que hizo madre de Diego Titu, que sucedió a su progenitor en el cacicazgo cunotambeño, de Pablo Lorenzo Yupanqui y de Ignacio Yupanqui, reconocidos Indios Nobles de sangre real.
Manuel Sulca Cori, Indio Noble que en 1765 ingresó al Colegio de Caciques de San Francisco de Borja del Cusco.
Dionisio Túpac Yupanqui, Coronel de Dragones en España, donde integrando los Reales Ejércitos luchó contra Napoleón Bonaparte, siendo poco después nombrado Delegado del Perú, su patria, a las Cortes de Cádiz de 1812. Fue hombre de gran calidad militar, de reconocida solvencia intelectual y personaje de figuración en su tiempo.
LA ICONOGRAFIA
Respecto a la figura física del Inca Túpac Yupanqui, todos sus retratos pecan de inexactitud, pues se basan en el recuerdo y en la imaginación. El recuerdo sirve para reconstruir el atuendo y las armas del Inca; la imaginación, para achacarle un rostro y un cuerpo.
Para la iconografía de Túpac Yupanqui sólo tomaremos en cuenta a los dibujos de las crónicas y algunos lienzos que aún existen. Las crónicas son las de Murúa, Huamán Poma y
Herrera; los lienzos, el del beaterío limeño de Copacabana y el del monasterio andaluz de La Rábida.
El mercedario fray Martín de Murúa dibuja a Túpac Yupanqui hasta dos veces. La primera en postura un tanto
forzada, vistiendo unco con tres filas de tocapos en la cintura,
yacolla a las espaldas, ojotas en los pies y un casco emplumado en la cabeza; en la mano diestra tiene una atabardilla y en la siniestra un escudo rectangular curvado en su parte baja. El rostro, que es de un hombre joven, tiene poco que expresar entre cintas y orejeras. Se trata del retrato oficial, porque el segundo, que sigue, pretende ser ocasional. En efecto, el cronista lo presenta, asimismo, de pie y de cuerpo entero, pero tomándole cuentas a un quipucamayoc arrodillado. El soberano, esta vez, ciñe el llauto y ostenta la encarnada mascapaicha, pero nada nuevo pareciera ostentar su persona, pues todo lo que lleva es común o conocido.
El lucana Huamán Poma lo presenta, también en dos momentos, de cuerpo entero. El rostro, grave y adulto, luce bajo un casco emplumado del que asoman la mascapaicha y tres plumas por cimera, quedando para los lados las orejeras de tamaño superior. El unco, en su totalidad, está hecho de tocapos y escaques numerados, abusándose de la representación del 3, 4 y 8 así como de la repetición de las letras O y Z, de un signo estrellado, un rombo horadado y una cruz marinera. El yacolla es amplio, sin ninguna peculiaridad. El Inca luce flecaduras en rodillas y tobillos, igualmente ojotas en los pies, asiendo su mano derecha una porra estrellada rematada en tres plumas y su mano izquierda un escudo rectangular. El cronista lo reconoce décimo Inca y adorna su figura, a sus pies, añadiendo los nombres de algunas de sus conquistas: Tarma, Chinchaycocha, Huarochirí, Canta, Atabillos, Conchucos, Huaylas, Huánuco. Sin duda lo quiere vincular a los Yarovilcas. En una segunda ocasión, Huamán Poma lo perfila entre piruas o depósitos grandes, tomando cuenta a un quipucamayoc arrodillado. Todo este último cuadro indicaría que existe un plagio entre Murúa y Huamán Poma o entre Huamán Poma y Murúa.
Contrastando con los anteriores dibujos a pluma más bien simplistas, las Décadas de Antonio de Herrera lo proclaman Inca onceno y lo presentan de medio cuerpo, recubierto con galas inverosímiles. En la cabeza lleva un casco que recuerda una mitra centrada por el Sol, las orejeras son enormes, la mascapaicha luce discreta, pero el unco está recargadísimo de adornos. La mano izquierda empuña el topayauri y la derecha un escudete cuya parte baja es semicircular. Este de Herrera y Tordesillas puede ser el retrato mas espectacular, pero acaso también el único inspirado
en los paños pintados que se enviaran a España en tiempos
del virrey Toledo.
De lodos los retratos que aparecen en las distintas galerias de Incas del Tahuantinsuyo y Reyes de España, tampoco es el mejor el que se guarda en el beaterío limeño de Nuestra Señora de Copacabana, casa de recogimiento para doncellas indias de origen noble, que fundara Francisca Manchipula, mujer de inteligencia notable e hija de los curacas del Callao. En tal galería el gran Túpac Yupanqui exhibe un rostro triste, de mirada baja, destacando en su
frente un llauto tachonado de piedras preciosas, llauto del que emerge una pluma y del que cae la roja mascapaicha. Las orejeras son ínfimas. El Inca trae el unco con tocapos bordados a la altura del cinto, el yacolla echado sobre los hombros y cayente hacia la espalda, coge una alabardilla en la mano diestra y un escudo o escudete en la siniestra.
Finalmente está el retrato -como el anterior hecho a pinrel-, sin duda el más artístico y colorido que en 1954 descubrimos en el monasterio franciscano de La Rábida, en Huelva, España. Presenta al Inca de cuerpo entero, entre dos soldados con sus lanzas. El Gran Túpac viste unco azul ron bordura de escaques rojos y blancos, asomando en su parte superior, prendido o abrochado, el manto o yacolla
colorado con bordados multicolores. El Inca tiene rodilleras metálicas que son cabezas de felino y en las pantorrillas collarines azules con tupidas flecaduras rojas, amén de ricas ojotas en los pies. La cabeza, muy idealizada, es la de un hombre demasiado joven. Exhibe el rostro entre orejeras de oro, ciñendo el cabello negro un llauto dorado del que pende la encarnada mascapaicha y del que emergen las dos plumas blanquiazules del ave Coraquenque. En su mano diestra, levantada, el Inca empuña el topayauri, mientras la izquierda aferra una alabarda rematada en sol radiante y un escudo rectangular con cuatro campos indescifrables. Es el único retrato de cuerpo entero que se conoce sobre lienzo de Túpac Yupanqui. ¿Quién lo pintó? ¿Para qué lo pintó? ¿Qué relación tenía el pintor con el Perú? ¿Cómo llegó el lienzo al claustro mudéjar de Santa María de la Rábida? Todas son preguntas sin respuestas, porque aún hoy los franciscanos de La Rábida no saben quién es ese guerrero indio a cuyos pies se lee: "tupa yopangui Ynga".
Sin embargo, para los peruanos que han llegado hasta La Rábida y se han detenido ante el cuadro -único en su género-éste tiene especial significación. Representa a Túpac Yupanqui, el Resplandeciente, el Inca que conquistó el reino de Quito y rebasó la línea ecuatorial, el Inca que conquistó Chile y llegó al "final de la tierra", el Inca que navegó el Amarumayo y penetró a Bolivia hasta el Beni, el Inca que al frente de una flota de balsas descubrió las islas del Poniente. Gracias a él, el actual territorio del Perú llega a Tumbes, Piura, Cajamarca y Amazonas por el Norte, y Tacna y Puno por el Sur, gracias a él nuestro país también posee la selva del Madre de Dios. El actual mapa peruano se debe en mucho a su persona. Túpac Yupanqui, por todo esto, no sólo es el padre de gran parte de nuestro territorio, sino, por fuerza de armas y de buen gobierno, un verdadero Forjador del Perú.
EPILOGO
Las operaciones en la Historia suelen ser frecuentes,
casi siempre odiosas y además poco felices. Esto es lo que sucede con la que trata de equiparar al Inca Túpac Yupanqui con el Emperador azteca Ahuitzotl, o con el también Emperador azteca Moctezuma, el Joven.
Sin embargo, no son los únicos casos desafortunados. Existe otro mas altisonante y sofistico. Se debe a los estudiosos que han llamado a Túpac Yupanqui el Alejandro del Nuevo Mundo, lista comparación, aparentemente halaga-dora, es también inadecuada. Veamos por qué.
EI quechua y el griego son dos genios de la guerra, pero actuaron en distinto tiempo, en distinto espacio y en distinto contexto histórico. Uno es fruto de la Cultura Andina, otro es fruto de la Cultura Occidental. Y porque esta última
es la que hasta hoy ha escrito la Historia, el macedonio resulta favorecido y el andino en desventaja.
Es un hecho que Alejandro -desde Macedonia a Anatolia y desde el Nilo al Indo- no recorrió tanto como Túpac Yupanqui desde el Cusco al Levante y al Poniente, al Septentrión y al Meridión. Sumando todas sus campañas Alejandro tendría 19,550 kilómetros entre marchas y tomamarchas; Túpac Yupanqui, sólo con sus campañas terrestres pasaría los 28,500 kilómetros. Si añadimos al Inca las
campañas marítimas, verdaderas expediciones de descubri-
miento, las distancias serían bastante más. Si llegó a las Galápagos, entre ida y vuelta sumarían 1,800 kilómetros, mas 2,300 kilómetros regresando a Manta por Panamá; si arribó a Oceanía, incluyendo el retorno por Panamá y costa del Chocó, se superarían los 15,000 kilómetros. Redondeando cifras, Alejandro tendría menos de 20,000 y Túpac Yupanqui más de 30,000 con las Galápagos o más de 43,000
con Oceanía. La elocuencia de los números, en el peor los casos, daría, en términos quinientistas, 4,000 leguas griego y 6,000 leguas al quechua.
Existen otras consideraciones. Alejandro, mal que bier sabía a dónde iba y cómo eran o podían ser los países codiciados. Así llegó a la tierra del rey Poro, límite de lo conocido, pero a partir de ese momento sus hombres le exigieron regresar por terror a lo ignoto. Túpac Yupanqui por el contrario, marchó siempre a lo incógnito: el nacimiento del Sol, el final de la Tierra, el ocaso del astro rey, el extremo boreal con sus estrellas nuevas. Sorprende descubrir que el Emperador quechua y sus hombres ignoraron el miedo a lo desconocido.
Si Alejandro fue conquistador, Túpac Yupanqui fue conquistador, descubridor y navegante. Ciñéndonos a lo último fue navegante fluvial, navegante lacustre y navegante marítimo.
Sabemos que no es comparable el Amarumayo con el Nilc ni el Maulé con el Indo, tampoco es dable equiparar a Chan Chan con Babilonia ni a los Aqueménides con los señorea de Quito. Pero no radica en esto el origen de la desigualdac injusta, sino en que la Cultura Occidental -repetimos- escribió y prodigó su Historia, mientras la Cultura Andina encerrada en sí misma, no tuvo ocasión de divulgar la suya salvo tardía e indirectamente por la escritura de los europeos.
Alejandro legó su nombre a la Historia, a la Geografía y al Arte (díganlo la pintura, la escultura, el mosaico, la medallística, la música, la literatura y la poesía, amén de la arquitectura); Túpac Yupanqui lo legó sólo a la Historia, ni siquiera a la Geografía. Y así resulta desconcertante que
Alejandro, que aceptó de sus hombres el temor a lo no
conocido. terminó siendo más recordado que Túpac Yupanqui
, que no conoció -tampoco sus hombres- el temor a lo desconocido.
La Historia no es lógica y en ocasiones pareciera injusta. Empero, por su frialdad científica, la Historia termina siendo equitativa. Por todo esto no creemos que Túpac Yupanqui el Alejandro del Nuevo Mundo, como tampoco pensarnos que Alejandro fuera el Túpac Yupanqui del
Mundo Antiguo. Al griego lo que es del griego y al quechua
lo que es del quechua. Quédese Alejandro con el Mundo Viejo y sea de Túpac Yupanqui el Mundo Nuevo, acaso también el Novísimo.
Concluyese del Emperador andino y del Emperador he-
leno que uno es el agua, el otro el fuego. Cualquiera de los dos puede ser el fuego o el agua. Ambos tienen el poder de arrasar: mucho fuego hace desaparecer el agua, mucha agua hace desaparecer el fuego. Lo evidente es que el agua y el fuego no pueden estar juntos. Separados es que conservan
su poder, esplendor y majestad.
APENDICE
En enero de 1967, estando en Papeete, isla de Tahití, Polinesia Oriental, el autor tuvo ocasión de conocer a Bengt Danielson, uno de los integrantes de la Expedición de
Thor Heyerdahl en la balsa Kon Tiki. El fue quien recordó
entonces la leyenda de Tupa o Topa, el rey de raza rojiza que arribo a Mangareva en una flota de pae-pae o balsas a vela procedentes del País del Sol. La entrevista fue en
una recepción que Danielsson ofreció en su casa a los Oficiales del B.A.P. "Independencia", del Crucero de Verano Oceanía. Sintetizando, Danielsson se declaró partidario
de la posibilidad del viaje de Túpac Yupanqui, identificándolo con Tupa o Topa, y añadiendo que la leyenda no solo era conocida en las Gambier y Tuamotú sino también en las Marquesas. Navegantes expertos podían haber hecho
eI viaje en menos tiempo que el empleado por la Kon Tiki, también habrían podido regresar por encima de la línea ecuatorial. Cinco eran las condiciones que Danielsson exigía para la posibilidad del viaje de Tupa: hombres decididos,
experiencia náutica, embarcaciones capaces, vientos favora-
bles y corrientes útiles. Lo tocante a comida y bebida lo daba por descontado (peces y jugo de peces estrujados, si no agua de lluvia mezclada con agua de mar). En síntesis, su opinión era positiva.
Un mes después fondeamos en Hangaroa, en la isla de Pascua, teniendo allí ocasión de conocer al vicario insular P. Sebastián Englert y a Pedro Atán, el único polinesio descendiente de los Orejas Largas.
El padre Englert, hombre algo viejo, barbado y de excelente humor, creía en el arribo a Pascua de gente procedente de Perú en embarcaciones de totora -los Orejas Largas- pero situaba el suceso antes del Imperio de los Incas. La figura de Túpac Yupanqui le era conocida, mas no familiar. Las tradiciones de la isla no lo recordaban, tampoco a ningún caudillo llamado Tupa o Topa. En diez minutos de conversación, su conclusión fue negativa.
Esa misma mañana, durante dos horas tratamos a Pedro Atán, el Alcalde tan mentado por Thor Heyerdahl en su libro Aku-Akú. Era el último descendiente de los Orejas Largas los primeros habitantes de la ínsula. Fue nuestro compañero de asiento en el vehículo en que recorrimos la isla -Vinapú los monolitos famosos, Hotuiti, el volcán Rano Raraku- pero a todas las preguntas respondió igual que el padre Englert Más aún, nos aseguró que ninguna tradición local recordaba a Tupa o Topa y que, por ende, nadie en Pascua podía informar de su viaje, arribo, permanencia o partida. Amable pero parco, entendimos que su interés miraba hacia Tahití y no hacia el continente americano.
Finalmente, tuvimos ocasión de entrevistar a Thor Heyerdahl. Fue en Piura, el 27 de agosto de 1992. Se mostró hombre fino, mesurado y conocedor. Coincidió en todo con
lo que nos había dicho su compañero Bengt Danielsson, pero nos sorprendió asegurando que Túpac Yupanqui habría llegado a Mangareva pasando por la isla de Pascua. Para él Pascua era Ninachumbi, la isla de fuego (por sus veinte volnes) y Mangareva Auachumbi, la isla de afuera (por su lejanía). Luego nos dijo que corrientes y vientos ayudaban a este viaje, que la posibilidad del mismo dejaba poco espacio a la duda, pese a lo cual faltaba la demostración científica. Aun así, de tener que opinar, él pensaba que el viaje de Túpac Inca no era legendario sino histórico.
Concluyendo: Danielsson creía en el viaje de Túpac Inca por una rula similar a la de la Kon Tiki; el padre Englert, estudioso del pasado polinesio, aseguró no haber vínculo alguno entre la ínsula pascuense y el Inca Emperador; Pedro Atan depostario de las tradiciones isleñas y postrer nieto de los Orejas Largas, pensó de igual manera; y Thor Heyerdahl, uno de los mayores conocedores del oceáno Pacífico, creía en la realización del viaje, pasando el Inca por Pascua a Mangareva
Señalamos estas cuatro entrevistas porque ya hoy es imposible que se puedan repetir. Varios de nuestros entrevistados han tallecido.
El autor.
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ZARATE, Agustín de. Historia del descubrimiento y conquista del Perú. Lima, 1944.
INDICE
Introducción.......................................................... 7
Los Incas............................................................. 9
El Hatun Auqui....................................................... 19
El Apuquispay........................................................ 21
La Primera Campaña del Chinchaysuyo.................................. 24
La Segunda Campaña del Chinchaysuyo.................................. 30
Las Islas Misteriosas................................................ 36
El posible arribo de los polinesios.................................. 46
La Campaña de los Llanos............................................. 50
La Primera Campaña del Antisuyo...................................... 56
La muerte de Pachacútec............................................ 61
La Segunda Campaña del Antisuyo...................................... 63
La Primera Campaña del Collasuyo..................................... 69
La Campaña del Contisuyo............................................. 72
La Segunda Campaña del Collasuyo..................................... 77
Sacsahuamán.......................................................... 90
El gobierno de los Cuatro Suyos...................................... 93
La obra del Inca según los cronistas tardíos......................... 98
Mama Ocllo Coya..................................................... 105
La muerte........................................................... 108
La Panaca........................................................... 112
La Iconografía...................................................... 115
Epílogo............................................................. 119
Apéndice............................................................ 123
Bibliografía........................................................ 126
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